¿Cómo fue la vida de Yasunari Kawabata, el talentoso premio nobel de literatura japonés? ¿Cuáles fueron los hechos que marcaron su obra y su forma de ver el mundo? Atilio Boggiatto nos muestra sus reflexiones en torno a ciertos libros de este escritor y nos habla de temas como la pérdida, el amor, la vejez y la patria; algunas de las búsquedas que orientaron la carrera del autor.
La primera novela que leí del japonés Kawabata (1899-1962) fue Lo bello y lo triste. Llegué a ella sin saber nada de él ni de su literatura. La encontré en la batea de una librería y, para ser honesto, más allá de la fuerza de su título lo que de verdad me gustó fue la imagen de la tapa. Sí, me convenció un diseñador editorial con buen ojo. Perdón. Pero quizás ese talentoso maketinero tenga razón. Porque me pasó entonces y me siguió pasando después que con Kawabata uno empieza como lector pero termina siendo un espectador:
Eran seis las butacas giratorias que se alineaban sobre el lado opuesto del vagón panorámico de aquel expreso a Kyoto. Oki Toshio observó que la del extremo giraba en silencio con el movimiento del tren. No podía quitar los ojos de ella. Las butacas de su lado no eran giratorias.
Estaba solo en el vagón panorámico. Hundido en su asiento observaba los movimientos de la butaca del extremo. No giraba siempre en la misma dirección ni con la misma velocidad: a veces se movía con más rapidez, otras con más lentitud y hasta se detenía y comenzaba a girar en dirección contraria. Al contemplar aquel sillón giratorio que se movía ante sus ojos en un vagón desierto, Oki se sintió solitario. Los recuerdos comenzaron a aflorar en su memoria. (Lo bello y lo triste, 1965).
De la vida de Yasunari Kawabata sabemos que nació sietemesino, de salud muy frágil, el 11 de junio de 1899, en Osaka, Japón. Cuando tenía tan solo dos años de edad muere su padre; al año siguiente, su madre. En 1906 pierde a su abuela que había sido su madre sustituta y tres años después a su hermana. A los 10 años Yasunari sólo tenía con vida un abuelo muy enfermizo y ciego que moriría finalmente en 1914. A los 15 años el mundo de Kawabata se había vaciado radicalmente. El comienzo de su arte data de esos años, vividos al amparo “de la oscuridad”, de la mirada de ese abuelo.
Estudió literatura inglesa y japonesa. Sus primeros pasos en el ambiente literario estuvieron enmarcados en el llamado neo-sensacionalismo, escuela que pretendía destacar la percepción pura del mundo a través del encendimiento del lirismo y el impresionismo. Fundó a los 24 años la revista La era de las artes literarias. Ahí proclamó que su ambición era examinar cada incidente de la condición humana con nuevos ojos. El lugar de observador del mundo formó parte de su propia naturaleza artística de ahí en adelante.
Desde esos años de juventud Kawabata se implicó en un camino sin retorno en la escritura. No sólo fue un talentoso novelista, sino también un activo propulsor de la producción literaria, articulista en distintas publicaciones y guionista para teatro y cine. Fue, además, presidente por cuatro años del PEN Club japonés.
Kawabata desde muy temprano fue un hombre aislado: aislado de los seres queridos, aislado del cariño, aislado del amor. (Perdió, como ya dijimos, a todos sus familiares, pero además sufrió los desencuentros del amor juvenil: primero con un compañero de estudios, luego con una chica). En un sentido, fue alguien a quien todos abandonaron, que todo perdió, que habitó un mundo vacío.
Contrariamente a lo que suele pensarse Freud define al duelo como la persistencia en la posibilidad ilusoria de recuperar lo perdido: el que llora la pérdida en realidad no ha perdido aún, sino que está todavía en la ilusión de poder encontrarlo. El que realmente perdió deja de llorar. El Kawabata escritor fue el que salió a ver el mundo “con nuevos ojos”, el que dejó de llorar. El creador superó al niño abandonado.
¿Qué podría significar para Kawabata ver ese mundo vacío de ahora en más? Salir del duelo es abandonar la ilusión, pero no es abandonarlo todo. Algo queda: queda el recuerdo de lo sucedido, ya no como la posibilidad de su recuperación sino como la aceptación verdadera de que esa ruina nunca volverá a ser el castillo que alguna vez fue. El mundo literario de Kawabata es un lugar habitado por seres que vagabundean intentando acomodarse entre lo que aún no se ha perdido y la ilusión de que perdiéndolo hallarán algo nuevo: hombres que están en duelo, que sufren, que se ilusionan con ideales, con amores; hombres a quienes esa ilusoria posibilidad de recuperar algo no deja de torturarlos. El Kawabata escritor no intentó recuperar ya su castillo, sino que hizo de esas ruinas la materia prima de su mundo literario.
En La casa de las bellas durmientes (1961), una novela breve, Kawabata crea un singular burdel para ancianos. Un lugar en donde los clientes pueden compartir las noches con jóvenes vírgenes, bellas y dormidas por los narcóticos. Allí los ancianos pueden jugar a ser hombres otra vez; acarician, yacen y duermen junto a esas mujeres. Pero son varones sin virilidad, ya que en la casa donde descansan estas jóvenes se permite todo menos la penetración.
Eguchi, el protagonista de la novela, tiene la revelación de su propia finitud cuando frente a esas jóvenes dormidas siente su incapacidad como varón. El encuentro íntimo con la juventud lo enfrenta con la condición insuperable de estar más cerca del final del camino. A diferencia de Eguchi, el resto de los ancianos clientes del burdel prefieren seguir soñando, habitando la fantasía de que el mero contacto con esos cuerpos los devolverá a un mundo lleno de posibilidad y de futuro: el mundo en se puede empezar de nuevo e inquietarse, excitarse y amar como si fuera la primera vez.
A Eguchi el burdel de fantasía no lo duerme sino que lo despierta, lo devuelve a la realidad. Se encuentra con el pasado, el pasado de sus amores, de su juventud, de sus mujeres. Ese pasado lo complace, se reconoce en él y entiende que esos recuerdos son suyos del todo y que han sucedido. No necesita ya volver a vivirlos.
La casa de las bellas durmientes es una novela sobre la muerte, sobre cómo vivir la muerte. Eguchi recupera los detalles de su vida, los percibe y los siente como cosas pasadas, realizadas, muertas. Valorar la vida, será para él, reconocerla como perecedera.
Bello Japón mío: con esa frase Kawabata tituló su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura en 1968. Pero fue la compleja y conflictiva novela La pandilla de Asakusa (1930) su gran declaración de amor y de lealtad al Japón. En ella refleja con pena y nostalgia la época de la apertura de Japón al mundo occidental. Presenta una sociedad en estado de tránsito, de cambio. Pero de un cambio negativo, no hacia el enriquecimiento, sino hacia la llaneza, la homogenización. El desconcierto lo vence cuando, hacia el final, el propio Kawabata, metido de algún modo en la novela, considera que la excesiva influencia occidental significaría para Japón la “pérdida de su alma”, el olvido del espíritu auténtico de su patria.
Sin embargo, La pandilla de Asakusa fue escrita en un estilo profundamente modernista y europeo, heredero de Joyce y no de la literatura tradicional japonesa. Se mezclan en su trama numerosos narradores, personajes y tiempos verbales. Esa novela complicada, singularmente, se publicó por entregas en el diario de mayor tirada del Japón y tuvo éxito de lectores.
Luego de esa obra, Kawabata renegó del estilo y no volvió a utilizarlo en su literatura. Intentó así disolver esa tensión entre la nostalgia del país de sus padres y el ingreso del Occidente (reflejado incluso en la importación de esa técnica modernista) y se definió finalmente como un escritor interesado sobre todo en ese Japón tradicional, pasado, anterior al tránsito.
Pero su decisión no importó mucho. Kawabata llegó a Occidente, ganó los premios más características de nuestra cultura y nos encontró íntimamente a nosotros como sus lectores. Esa decisión tampoco logró aliviarle el destino de vivir una vida marcada por búsquedas ininterrumpidas (y muchas veces, tortuosas): una de ellas fue la de su patria, pero estuvieron también la búsqueda de los seres queridos, del amor, del pasado.
Kawabata se suicidó en 1972. Como todo suicidio el suyo será siempre un poco un misterio. ¿Existirán en algún lugar esas cosas que él quería recuperar? Quizás sólo en su literatura, y quizás eso sea suficiente.