¿Cómo y por qué se emprende un viaje? ¿Qué cambia en el recorrido, y qué podemos cambiar cuando ya hemos regresado? Matías Galindo y Agustín Encinar abordan la historia de Maylis Mercat y Lucía Palenzuela, y se preguntan acerca de las fuerzas que llevaron a esta pareja a recorrer el mundo en bicicleta.
Un grupo de personas se juntan en un bar para charlar. Ponen temas sobre la mesa, los imponen, se miran, toman café o beben cerveza. La gran mayoría opina sobre cosas de las cuales no sabe nada o muy poco; gozan mucho de hablar y de escuchar sin importar lo que se está diciendo. Nosotros no queremos decir cualquier cosa cuando hablamos de la historia de Maylis y Lucía. Tampoco nos proponemos escribir sobre cuán importante fue su viaje, o sobre el mensaje que divulgaron, o sobre las dificultades de recorrer más de doce mil kilómetros por países cuyos idiomas desconocen. Resolvimos, más bien, escribir en base a ciertas preguntas relacionadas con el deseo que mueve, que no se acaba, que sigue paso a paso, pedal a pedal. ¿Qué tiene que pasar para que una pareja decida cruzar el mundo en bici?
Maylis Mercat es flaca, metro setenta, y tiene el pelo corto, claro y enmarañado. Su edad no es fácilmente calculable: entre 20 y 30. No es tucumana ni creció en Tucumán, pero habla perfectamente el tucumano. “Hola, chango”, dijo por teléfono en una de nuestras primeras charlas. “Nunca he salido con mis papás de vacaciones de otra forma que no sea en bici. Desde que tengo dos años”. Cuando Maylis tenía 10, la familia se tomó un año para recorrer América del Sur, Nueva Zelanda, Australia, Nueva Caledonia, Indonesia y Europa del Este. “Siempre andábamos saliendo en bicicleta”.
Podría decirse que la trajo hasta acá una historia de amor con una tucumana que empezó hace unos años en Francia. La visa de Lucía Palenzuela llegaba a su fin; había que volver pero no querían separarse. Pensaron en algo, partiendo de una premisa incuestionable: ninguna debía abandonar completamente sus proyectos e intereses. Cuando una persona lo deja todo por otra, deja –al mismo tiempo- de ser esa persona. Así surgió el plan.
Maylis estudia ingeniería en energía y medio ambiente. Lucía estudia cine y fotografía. Junto al abuelo de Maylis, las chicas diseñaron un sistema para generar energía eléctrica mientras se pedalea. Con esa electricidad proyectaron audiovisuales en pueblos y comunidades desde Francia hasta Tucumán, pasando por países como España, Marruecos, Mauritania, Senegal y Paraguay. Un viaje en bici de ocho meses y aproximadamente 12.400 km.
Vinieron juntas desde Europa intentando conjugar sus saberes y hacer algo con ellos. “Es simple, un motor es siempre reversible, pero generalmente se le da energía para obtener movimiento. Nosotros lo usamos a la inversa, le damos movimiento y genera electricidad”. Este sistema se acopla a una bicicleta que, con una especie de caballete, queda fija. Durante las proyecciones los asistentes se turnaban para pedalear, hubiera o no hubiera electricidad en la zona. Una forma práctica de sentir en el cuerpo cuanta energía consumimos: “era como un juego en el que se daban cuenta de la electricidad que estamos gastando”.
Maylis nos dice que hubo mucho de experimentación en este modo de proyectar audiovisuales. “No sabíamos si iba a funcionar; habíamos hecho el sistema pero sólo fue probado dos días. Tenía que resistir a la lluvia, a la arena del desierto. Y no hemos tenido ni un problema, ni uno. Lo he llamado a mi abuelo y le he dicho: ´¡guao! Ta’ loco lo que hemos inventado, ha funcionado re bien`”.
Se conocieron de casualidad, como casi todas las parejas del mundo. Recorrieron gran parte de nuestra tierra gracias a una decisión que todavía ellas no saben muy bien cómo explicar. Salieron a pedalear juntas y con esa fuerza mostraron cine en lugares donde nunca antes había llegado una pantalla. Sin mensajes megalómanos ni dogmáticos, rodaron las rutas de Europa, África y Sudamérica. Y hoy planean pintar ciclovías en las calles de Tucumán.
Durante las entrevistas, Maylis y Lucía respondían a muchas de nuestras preguntas con otra pregunta: “¿y por qué no?”. Son devoluciones que invitan a pensar. ¿Qué buscamos saber cuando nos preguntamos sobre el viaje de los otros? ¿No es acaso una pregunta acerca del deseo de los demás, o en todo caso de nuestro propio deseo? Lo imponente de la aventura, la decisión de viajar y la seguridad con la que siguen son datos que dan cuenta de que las chicas llevan en las alforjas mucho más que sus equipos. Hoy son cotidianamente entrevistadas; salieron notas sobre ellas en varias revistas y diarios del país y de los países por donde anduvieron. ¿Por qué?
En Tucumán, el ciclismo como práctica deportiva no ha dejado de crecer desde la década del noventa. Entonces, además de vacas gordas empezaron a verse ruedas gordas. Las bicis de montaña se popularizaron en un entorno natural que parecía haber sido puesto ahí con ese único propósito.
Pasada la crisis de principio de siglo, la actividad atravesó un período de explosión. Hoy es incalculable la cantidad de gente que se sube a la bici para divertirse, para sentirse mejor, para verse mejor o para llegar más alto en un podio. Existe una comunidad virtual gigantesca de compra/venta de repuestos y accesorios. Tucumán es, sin ninguna duda, la provincia con mayor cantidad y mejor nivel del país en el ciclismo de montaña.
Sin embargo, este fenómeno no ha logrado imponerse en la ciudad. Hay muchos bikers que no van a ningún lado y poca gente que se mueve en bici. Ese es el panorama. Y si bien la bici ingresa poco a poco al conjunto de representaciones de una juventud canchera, acá esa imagen es todavía medio ajena. La bicicleta está más cerca del pobre, del hippie o del estudiante de humanidades (al que se le permite esa licencia) que del ciudadano promedio. La mayoría de los bikers se suben a la bici con calza y con casco, para que no queden dudas de que es una elección y no una fatalidad.
Entender la bici como un medio de transporte tan válido como cualquier otro no es fácil cuando se tienen esos y otra cantidad de prejuicios. Transpirar y despeinarse no está bien visto en ningún lado distinguido, y todos quieren ser distinguidos. Por eso –pensamos- ha resonado de un modo tan significativo la historia de Maylis y Lucía: es un relato que arranca a la bici de estos preconceptos y la sitúa en un lugar de encuentro, cariño y compromiso para con un medio ambiente más sano y una urbanidad más razonable.
Es cierto que hay una ciudad hostil que ignora o desprecia al bicinauta. Somos el último eslabón de la cadena alimenticia, expuestos más que nadie a sufrir las consecuencias de todas las imprudencias propias y ajenas. Un vehículo sin patente y sin ciudadanía, que se mueve por los bordes de la legalidad vial.
Pensar en una mejor ciudad es seguramente pensar en una ciudad con más bicicletas, mejor transporte público y menos autos. No hay un urbanista que lo niegue. Pero para eso hay que hacer un montón de cosas: subirse a la bici, perder el miedo e ir convenciendo al que va en el auto de que nos cuide (porque abarcamos el 20% del espacio que ocuparíamos si fuéramos en auto). Ni hablar de que hace falta organización para empezar a exigir un lugar en la planificación de la ciudad: bicisendas, estacionamientos para nuestros rodados, carriles seguros en algunas rutas y autopistas para los deportistas.
Cuando la realidad cotidiana no es lo que esperamos, y nunca lo es, muchas veces pretendemos que cambie como por arte de magia y que junto con ello termine nuestro sufrimiento. Cargamos la culpa en el otro, y esperamos soluciones externas sin proponernos producir un cambio. Tucumán es una de las ciudades más densamente pobladas del país. Córdoba, Rosario y la Capital Federal ya cuentan con ciclovías que son un éxito desde su implementación y que cada día se usan más. Para que existan hizo falta decisión política, organización y presupuesto, pero también mucha gente comprometida con esta causa.
Lucía y Maylis comenzaron un relevamiento de la cantidad de ciudadanos que diariamente nos movemos en bicicleta, de las calles por las cuales más nos transportamos y de los hábitos que tenemos los tucumanos al conducir cualquier tipo de vehículo. Nuestra primera charla con ellas fue apenas a dos semanas de su llegada y ya tenían las cosas muy bien pensadas: lo fundamental es organizar a los ciclistas.
El viaje de ellas de alguna manera sigue, nos interpela y nos hace preguntarnos si realmente estamos viajando el nuestro. Hoy las chicas están poniendo fecha para pintar las ciclovías junto a los directivos de tránsito de la ciudad. Están desempolvando viejos proyectos, compartiendo información e implicándose directamente en este propósito. ¿Qué es lo que viene? -preguntamos. Nos contestan que están subidas en el tren de la bicicleta; que el deseo de ellas es simple, que es realizable y que no es de locos; que el deseo de ellas es que se usen más las bicis. Nos responden que el viaje por Europa, África y América Latina fue muy lindo, que lo disfrutaron mucho y que ya finalizó. Pero su deseo sigue ahí: su otro gran viaje todavía sigue rodando, intacto.
Imágenes: Agostina Gioia.