¿Qué se entiende por cine independiente en Argentina? ¿Cómo se traduce este enfoque a los distintos cineclubes y a la producción audiovisual nacional? Julián Fernández Tío narra su experiencia como espectador del “Otro Cine”, y ahonda en las razones que hacen de éste un espacio algo agotado e inaccesible al gran público.

BAFICI 2014. Sala llena. Hace semanas que no quedan entradas para el esperado estreno de la última película de Ming-liang Tsai. La película va terminando, y los últimos veinte minutos muestran a su protagonista mirando un mural en la pared. El final se corresponde perfectamente con los otros 120 minutos. Explicará Roger Koza sobre la escena:

El plano general en un ligero contrapicado permite divisar cierto orden de continuidad entre las piedras del río seco y los escombros del edificio. No hay hiato, tampoco distancia entre la fatiga de la existencia y el poder de la imaginación. La representación y lo representado se resquebrajan y se secan.

Romance del río seco.

Romance del río seco.

Yo, al igual que el joven de Taipéi de la película, someto cuerpo y alma haciendo fuerzas para no dormirme.

¿Cuáles son los límites de la cinefilia? ¿Hasta dónde se está dispuesto a sufrir la insatisfacción para “gozar” de algo nuevo? ¿En qué punto se diferencian la innovación y la franca tortura del espectador? Hay muchas preguntas posibles con respecto al mundo del cine independiente, pero yo me voy a concentrar en la siguiente: ¿Para quién?

El cine, entre aquellos que hacen cine o viven del cine, frecuentemente pone en cuestión una variante de la vieja pregunta que interroga: ¿Para quién producen los artistas? Surge allí el riesgo, como siempre, de que las películas se vuelvan sólo un largo guiño para la esfera especializada. El contexto artístico y la dependencia de la obra con las otras producciones del autor (“No, lo que pasa es que ahora Ming-liang vuelve conceptual y espiritualmente a sus orígenes”) se erigen en criterios determinantes, y suele suceder que ese Otro Cine, tan defendido por los cinecluberos (asistentes y programadores), termina siendo disfrutable sólo para un sector muy reducido de espectadores. Esto no tiene por qué ser un problema si el marco es adecuado (como un festival de cine independiente), pero muchas veces esa sobrevaloración del Otro Cine se traduce en una enemistad absurda con el mercado (representado por la etiqueta peyorativa de “película hollywoodense”) y las audiencias masivas. Como si el solo hecho de que una película sea exitosa implicara algo negativo.

Organizador de derrotas.

Organizador de derrotas.

Un par de meses atrás, en la Feria del Libro de Córdoba, se dio una charla sobre cineclubismo. Si bien no era el objetivo del encuentro, las conversaciones derivaron rápidamente en el problema de la venida a menos de los cineclubes. El Cineclub Municipal de Córdoba, por ejemplo, que funciona desde el 2001 y tiene capacidad para 200 personas, tiene poco que envidiarle a las salas de sus (supuestos) competidores. Sin embargo, cada vez tiene menos público. ¿Podemos concluir que la gente ve menos cine, como sostienen sus programadores? ¿Que ya no les interesa ese Otro Cine? ¿O será que las posibilidades del streaming, con grandes páginas como Cultmoviez, fuerzan a repensar qué es lo que la gente realmente quiere ver? Quizá en realidad ya no es necesario entrar en la lotería snob de películas elegidas por un “especialista” que tiene la enorme (e injustificada) pretensión de educar al espectador. Basta con consultar algunas páginas como Rotten Tomatoes, seguir algunas recomendaciones, y elegir.

De ninguna manera estoy diciendo con esto que haya que cerrar los cineclubes. Al contrario, creo que es momento de repensarlos, de tener en cuenta al espectador. Ir a ver cine como experiencia es algo que va mucho más allá de un buen televisor y un home, pero para que los cineclubes no mueran probablemente sea necesario que sus organizadores encuentren un término medio entre los planos de una hora y la acción ininterrumpida. Es decir: descartar de una buena vez la actitud pedante del programador al que no le importa quién va a ver las películas que proyecta, y que muchas veces atribuye el fracaso de éstas a una presunta incomprensión del público sin preguntarse jamás sobre su calidad.

Mucho cómo y poco qué

Quizás uno de los problemas más grandes de los directores nacionales sea llevar El Otro Cine como pancarta. Algunos parecen estar más preocupados por encontrar su estilo (ya en su primera película) que en contar una historia. Si a eso le sumamos la creencia de que una historia “bien contada” es aquella en la que es difícil determinar lo que está pasando y en donde las cosas están escondidas y el espectador tiene que andar (con suerte) encontrándolas, el resultado es casi inevitablemente un cine independiente de planos eternos, pocos diálogos, tramas inexistentes y, lo que es más grave, aburrido. Todos los condimentos necesarios para diferenciarlo del modelo de cine que tiene éxito.

Niña santa.

Niña santa.

Un resultado paradójico de este fenómeno es que muchas películas, en lugar de encontrar esa emancipación y originalidad que buscan al alejarse del mercado, terminan pareciéndose entre sí, lo que se pone de resalto en el concepto de “película festivalera”. Son filmes cuyo único propósito es dar vueltas por el mundo juntando laureles para amontonar en la tapa, pero de escaso público. De este modo, en Argentina terminamos celebrando la producción de una gran cantidad de obras que sólo son vistas por jurados internacionales, y que jamás llegan a distribuirse en el país.

En los noventa, la intelectualidad decidió reivindicar lo pop: dejó de ser pecado escuchar a Madonna, Stephen King fue reconocido como el gran escritor que es y, tímidamente, un sector de la cinefilia (sobre todo el más joven) aceptó que hay un cine hollywoodense que vale la pena ver. Pero me gustaría notar lo que pasó con la poesía. Escribía Fabián Casas en el prefacio de El spleen de Boedo: «Si todavía existen los lectores de poesía que no escriben poesía, se los dedico a ellos». Unos años más tarde, con Horla City, Casas virará hacia una poesía más cercana y su por entonces fiel seguidor, Washington Cucurto, aprovechara su personalidad marginal para transformarse en uno de los representantes de la poesía pop argentina. El cine independiente argentino pareciera ir en sentido contrario. Las películas son cada vez más un juego técnico, y asoma el peligro de un cine exclusivo para quien hace cine.

David y Goliat.

David y Goliat.

Buenas sensaciones

Hay otro lado en esta historia. El Oscar obtenido por El secreto de sus ojos parece haber renovado el interés por hacer películas masivas entre los realizadores nacionales. Sólo cinco años después, una película argentina (Relatos salvajes) vuelve a ser nominada y ahora El Clan, si bien está lejos de las favoritas para el año que viene, cumplió todos los requisitos de una buena candidata.

A pesar del malestar que esto genera en muchos cinéfilos argentinos, puede estar surgiendo un nuevo cine de repercusión masiva, que toma un modelo más tradicional y más preocupado en contar historias interesantes, lo que nos permite una mayor participación en el mercado cinematográfico mundial. Pensemos en que Relatos salvajes y El Clan estuvieron muchos meses en cartelera, algo que ni siquiera las grandes producciones norteamericanas logran hoy en día en nuestro país. Este surgimiento se ve reflejado no sólo en directores como Trapero, Campanella y Szifrón, sino también en la producción de nuevas películas simil-Hollywood que abandonan (¡por fin!) la eterna obsesión nacional por las comedias de éxito local, y buscan un paradigma más clásico, como la muy buena Baires de Cubells. Es curioso como esta transición al drama tiene su espejo en los actores. Cada vez más iconos de la comedia están intentando hacer el giro que logró Francella, quien “como un Jim Carrey argentino” (según, Silvina Ajmat) nos brindó un puñado de buenas actuaciones de suspenso sin la necesidad de recurrir a Darín.

Herencia de sangre.

Años luz de casa.

Otros buenos síntomas, frente al estancamiento del Otro Cine, son directores independientes como Mariano Llinás, responsable de la enorme Historias extraordinarias y escritor -junto a Santiago Mitre- de la controversial nueva versión de La patota, que quizás en algún futuro próximo demuestre poder combinar nuestra negada herencia hollywoodense con lo más representativo de las historias argentinas.

Por otro lado, hay una nueva arista a la que habrá que prestar especial atención estos años: la generación de creadores audiovisuales que se terminaron de hacer grandes gracias a internet, como Martín Piroyanski. Su origen les permite conocer mucho mejor cuáles son los gustos de la gente, y qué es lo que le está haciendo falta al llamado Nuevo Cine Argentino. Pero que además, por venir de ese mundo donde lo importante es crear y compartir (y recién en segunda instancia preguntarse -o no- si el material es bueno), tienen la ventaja de evitar la grandilocuencia de la generación anterior.

Giro en U.

Giro en U.

Si esa sensación lograra contagiarse a un nivel más independiente, recuperando la importancia del qué por sobre el cómo y pensando un poco más en los espectadores y menos en los jurados, podríamos finalmente imaginar un cine argentino que conjugue el placer y la originalidad, la masividad y la calidad y, en suma, que todos tengamos ganas de ver.

Imágenes: Eduardo Naval.

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