Debate y campaña negativa
¿Cuál es el balance del debate y la campaña? ¿Tiene fundamento el mensaje de temor que atravesó a esta última y se reiteró en aquel? Manuel Martínez Novillo y Horacio Baca se preguntan quiénes son los verdaderos heridos que dejó esta batalla, y reflexionan en torno al rol de la sociedad frente a las agendas de la política.
En apenas cinco días se celebrarán los comicios de los que surgirá el próximo presidente del país. Ha sido un año agotador: en algunos distritos se llegó a votar hasta en seis oportunidades, lo que ha convertido a este 2015 en una gigantesca vidriera de promesas y desengaños, acuerdos y enfrentamientos. Es también, en algún sentido, un año perdido: la actividad pública se circunscribió a las vergüenzas del pasado y a los peligros del futuro. Es llamativo que un país pueda funcionar en esas condiciones. Este 2015 nos deja, en concreto, muchas cuentas pendientes para el 2016.
La carrera espacial.
Hablamos de un proceso que puede haber alcanzado su punto más álgido el domingo pasado, justo una semana antes de los comicios. Ese día se celebró, en la Facultad de Derecho de la UBA, el primer debate de la primera segunda vuelta en la historia del país. Daniel Scioli y Mauricio Macri colaboraron con la superación de una cultura política ajena a estas instancias, y contendieron en vivo ante un público que por momentos rasguñó los cincuenta y tres puntos de rating. Hay allí un primer triunfo: quienes pretenden gobernarnos se vieron en la obligación de discutir frente a frente.
Luego proliferaron las encuestas, los memes y las lecturas parcializadas. Pero también hubo lugar para una verdad desagradable: la política argentina de hoy tiene poco qué decir. En este sentido, el encuentro resultó bastante anticlimático. Ambos candidatos hicieron gala de esa precaución que enseña la mercadotecnia, y se midieron con libretos cuidadosamente estudiados. Ello fue notorio en Macri, con su optimismo abstracto, y en Scioli, con su agresividad robótica. Es éste un primer claroscuro del debate 2015, histórico pero ocasionalmente insustancial, importante pero limitado. A veces los protagonistas de la Historia no dan la talla.
Los gurúes del marketing político hablan de una sociedad de la imagen sin tolerancia para el desarrollo de ideas complejas, lo que serviría para excusar –o justificar- este modus operandi. Pero deberíamos ser más exigentes. Un país como el nuestro, con una variedad tan alta de problemas y oportunidades, merece y precisa otros diálogos, más profundos y sinceros. Los millones de espectadores confirman, además, que el interés existe. Quien quiera ver aquí el anhelo de un alma ingenua quizá sea presa de su propio conformismo. En cualquier caso, mucho se ha dicho sobre los enfoques de esta campaña, que se vaticinó hasta agosto como una lucha por el centro. Una disputa en la que los candidatos debían moderar y –de ser posible- descafeinar el mensaje.
Manual de estilo.
Este último pronóstico se alteró en la recta final. Daniel Scioli, un producto inicialmente destinado al votante dubitativo, varió su estrategia desde las generales, y se acercó progresivamente a los tópicos del kirchnerismo ortodoxo. Hay un mundo entre el Scioli triunfal que se lució en Tinelli antes de las PASO, cuando todavía eran tres los postulantes, y este hombre que busca advertirnos y alarmarnos. Así, el gobernador saliente de Buenos Aires terminó por suscribir a la campaña negativa que orquestó el Ejecutivo Nacional en estas semanas.
Nobleza obliga: la suya fue una versión atenuada y más seria. Ahora bien, ello tampoco constituye un gran mérito si tenemos en cuenta el nivel de incomodidad y hasta pánico en el que intentó sumirnos el kirchnerismo. Esta fuerza quemó hasta el último cartucho: desde los vaticinios de un futuro devastado hasta las amenazas más o menos explícitas, y pasando por el conveniente olvido de una verdad que se repetía como mantra cuando anularon los comicios en Tucumán: la gente no es idiota y no necesita que le expliquen a quién votar. Un repaso de la campaña arroja varios episodios incompatibles con algunas nociones elementales de la democracia. Episodios que no debemos olvidar, y que trascienden los galimatías de quienes se preocupan por encontrar un “ganador” en el debate.
De brujas y cazadores
El treinta de octubre, el Ministro de Salud de la Nación, Daniel Gollán, tuiteó: «¿Querés volver a los hospitales sin insumos, o al trueque, o al corralito o al 58% de desocupación? Pensá bien tu voto. Macri es todo eso». El 3 noviembre (apenas tres días después) en la misma cuenta de Twitter –la suya- se publicó: «Los 12 nuevos centros de radioterapia para tratamiento del cáncer continuarán adelante si Scioli es presidente. Pensá bien tu voto». A pesar de que los dos tuits son igualmente repugnantes, el primero pasó desapercibido y el segundo produjo un escándalo nacional. Gollán al día siguiente, antes de tranquilizar a los enfermos de cáncer que pueden estar recibiendo tratamiento en esos centros, dijo cobardemente que alguien le había hackeado la cuenta. El “hacker” habría copiado el estilo del Ministro. Una publicidad comercial que hubiera dicho lo que dijo Gollán (o el hacker) sería ilícita, debería suspenderse de inmediato y su autor merecería sanción. Pero fue un representante del Estado, un encargado de cuidar a los ciudadanos de comportamientos deshonestos, quien suscribió el mensaje.
Caballeros de la mesa cuadrada.
El treintaiuno comenzó a circular información en distintos medios según la cual María Eugenia Vidal se disponía a cerrar el programa Envión, una iniciativa bonaerense que incluye becas y planes de fomento al trabajo juvenil (chequeado.com). La primicia, que auguraba el despido de más de dos mil docentes, se extrajo de un presunto audio de Evangelina Pacchioni, coordinadora del programa en Ramallo, y fue difundida por Silvina Batakis, ministra de Economía del gabinete de Daniel Scioli. Pero la nota concedida por Pacchioni no indicaba el cierre de Envión, cosa que fue aclarada desde la página de Facebook del programa. Sin embargo Aníbal Fernández, primera espada de las peores causas, aseguró que tenía registros fílmicos en los que Vidal transmitía esta horrible noticia. El propio Scioli desmintió la jugada, pero fue contradicho casi instantáneamente por Fernández, cuya miseria no tiene límites. Sólo un delirio autoritario podía asegurar que un personaje así ganaría la Provincia de Buenos Aires; el triunfo de Vidal no debiera sorprendernos tanto. Al día de hoy, los docentes y beneficiarios de Envión siguen amenazados por una filmación fantasmagórica.
Ya a principios de noviembre, las designaciones antirreglamentarias en la Auditoría General de la Nación marcaron la postura del oficialismo frente a una perspectiva electoral cada vez más aciaga. Mientras la Corte Suprema de Justicia declaraba la inconstitucionalidad de la Ley de subrogancias, artilugio mediante el cual se violentó el principio del juez natural en el caso del Memorándum de Entendimiento con Irán, varias universidades y organismos públicos adherían en forma notoria y explícita a la candidatura de Scioli, violando reglamentos, estatutos y –como señala Roberto Gargarella- naturalizando lo inaceptable. Lamentablemente, la rectora de nuestra UNT –sin consentimiento del Consejo Superior- no se privó de incluir a la institución en esta lista vergonzosa. El ímpetu de algunos pensadores oficiales alcanzó extremos lamentables e inesperados; así, José Pablo Feinmann llegó a “bromear” con que María Eugenia Vidal podía ser víctima de la trata por ser mujer en una provincia difícil. El relato mostró su rostro menos amable.
La guerra del cerdo.
Por lo demás, atravesó casi todos los mensajes una remisión a la década de los noventa, ese pasado temido y repudiado por sus propios artífices. No queremos insistir en este punto, que ya ha cansado a todo el mundo. La vinculación entre el kirchnerismo y el menemismo es un dato evidente para todo aquel que esté dispuesto a pensar en frío estas cuestiones, y la totalidad del debate público no tiene por qué reducirse a una guerra de archivo. Aquellos que apoyaron el proceso privatizador de Carlos Menem bien pueden haber cambiado de postura sin merecer, por ello, la picota. Lo que resulta inadmisible es que el Gobierno desate una cacería de brujas bajo esa bandera, llegando incluso a abrumar a sectores de izquierda que jamás apoyaron el desmantelamiento del Estado, y a los que les cuesta más identificarse automáticamente con los sucesivos oficialismos.
Afortunadamente, los candidatos tuvieron el pudor suficiente como para evitar estas referencias auto-incriminatorias en la cita del domingo. Tanto Scioli como Macri se ordenaron en torno a esa regla implícita. Esto de por sí dibujó una distancia entre Scioli y la narrativa del kirchnerismo, aunque quizá ya sea demasiado tarde para estas sutilezas. De cualquier modo, hay otras perspectivas más profundas y preocupantes que se pusieron de manifiesto en esta campaña, y que pueden haber pasado desapercibidas en medio de las acusaciones y la urgencia electoral.
Una pelea de todos los días
Hubo un punto de coincidencia entre la retórica de Daniel Scioli en el debate, el análisis de los intelectuales cercanos al Gobierno y las consignas de los militantes: los votantes nos encontramos ante la inminencia de una pérdida, de un retroceso. Las enumeraciones varían de acuerdo al emisor, pero podrían resumirse en uno de los spots más moderados de Scioli. Allí se nos sugiere que están en riesgo la AUH, Conectar Igualdad, PRO.CRE.AR, YPF y Aerolíneas Argentinas. Otros agregarán que los planes sociales, la gratuidad de la educación y hasta el Matrimonio Igualitario corren peligro.
Muchas de estas de estas políticas públicas son muy buenas, y vale la pena sostenerlas. Ahora bien: cabe preguntarse si su vigencia depende exclusivamente del triunfo del FpV, o si el resto de los argentinos también tenemos voz en el asunto. El enfoque oficial pareciera separar todas estas medidas del Estado, identificándolas con un movimiento, una bandera y una pertenencia partidaria. Pensamos que esa identificación no es válida, y que el Estado, el Gobierno y los gobernantes no son una misma cosa.
Rey de reyes.
A pesar del patetismo y las consignas vacías, el debate y la campaña también mostraron un síntoma muy positivo. Los posicionamientos de los candidatos principales, que tuvieron que variar opiniones insensibles o intolerantes de antaño, demuestran que la sociedad ha cambiado, y que hay nuevos estándares y mínimos en relación con los derechos. La política se ha hecho eco de esta sensibilidad colectiva, no la ha engendrado. No resulta legítimo pensar a los votantes como sujetos pasivos que asumirán cualquier viraje en silencio.
No es bueno generalizar: muchos simpatizantes K no han insistido en esta línea. El mismo Scioli ajustó el tono en la Facultad de Derecho. Pero también es cierto que el oficialismo ha demostrado, en este tiempo, alguna ansiedad ante la autonomía de la sociedad civil, única y legítima titular de los derechos que han sido reconocidos en los últimos años. Creemos que esa ansiedad se tradujo en la campaña negativa, y no podemos ver en ésta el resplandor y el brillo de la militancia comprometida. Por el contrario: demuestra un conservadurismo tan pero tan furioso que la mera posibilidad de una alternancia en los cargos públicos despierta el más profundo escándalo. La elección de Scioli como candidato del espacio apuntaba a la superación de estos rasgos, que son también un tope electoral. Pero, como dice Carlos Pagni, “el contenido que debe divulgar, el miedo a Macri, desfigura su carácter”.
El debate, al final de cuentas, nos devolvió a la pregunta por el efecto: ¿sirvió apostar a estos contenidos? ¿Valió la pena que un Scioli “más Scioli que nunca” haya finalmente renunciado a su perfil de hombre moderado? Distintos columnistas siguieron este hilo, ponderando el impacto de la estrategia oficial sobre la intención de voto de Macri. No es ése un tema que nos interese. Sería más importante, en realidad, poner de resalto a los verdaderos destinatarios del desasosiego: los estudiantes, los pacientes, los trabajadores estatales y todos los demás beneficiarios de programas que, lejos de traducir favores, deberían reflejar el reconocimiento de derechos.
El baile del siglo.
Plutarco escribió que la ingratitud hacia los grandes hombres es la marca de los pueblos fuertes. Suponiendo que nuestros gobernantes hayan alcanzado un estatus semejante, cosa en sí muy discutible, tenemos que recordar a diario que no les debemos nada. Gargarella dice que la democracia es la pelea de todos los días, y pensamos que ésta incluye la exigencia de más y mejor debate, menos mercadotecnia y maquillaje y, por sobre todo, una dosis mucho más alta de responsabilidad en la función pública. El miedo es la negación de estos valores; es un modo de persuadirnos de que llegamos demasiado tarde a ellos. Es, también, una forma antigua de conservadurismo: nos dice que no somos dueños de nuestro destino, y que sólo la generosidad del líder puede evitar el derrumbe total. La eventual eficacia de este método no es un argumento en contra de la democracia. Por el contrario: es sólo una razón más para defenderla.
Imágenes: Alejandrina Servetto Araoz.
