¿Cómo se construye una ciudad? ¿Se trata solamente de levantar una casa al lado de la otra, o hay cuestiones más profundas que es preciso resolver? Agustín Encinar investiga los inicios del gigantesco “barrio” tucumano, y pasa revista a las consecuencias de planificar un centro urbano sin entender las necesidades cotidianas de quienes pasan allí su vida.

Hace mucho tiempo que uso “la diagonal”  (Ruta Provincial N° 314) que conecta Tafí Viejo, mi ciudad, con la capital de la provincia. Esta ruta es un circuito importantísimo para los taficeños. Tafí Viejo tuvo en su momento sus servicios y modos de producción propios. Es decir, fue una ciudad medianamente autónoma y autoabastecida. Pero a partir del cierre de los talleres ferroviarios y de la imposibilidad de llenar los huecos que ellos dejaron, Tafí se fue convirtiendo progresivamente –como también le ocurrió a otros pueblos y barrios suburbanos- en una ciudad dependiente de la capital y en un factor más que aporta al colapso que vivimos diariamente en San Miguel de Tucumán. Miles de taficeños viajan cada día hasta la capital.

Los márgenes de la diagonal han estado sufriendo en los últimos tiempos una enorme transformación: la construcción del barrio de 5.000 viviendas Lomas de Tafí. Desde sus comienzos, el gobierno de Tucumán hizo de este emprendimiento su caballito de batalla. Yo pude ver primero los cañaverales, que se convirtieron luego en montículos de tierra, luego en calles de ripio y finalmente en manzanas. Como por arte de magia he visto (al modo del juego SimCity) nacer una ciudad; con sus movimientos, sus accidentes, sus habitantes, sus errores y sus aciertos. Y así me vi preguntándome cómo se hace un proyecto de esas magnitudes. Cómo se planean sus calles, y cómo se piensa su arquitectura, su ubicación geográfica y su abastecimiento.

Vida de ciudad.

Bienes y servicios.

En el mes de febrero me reúno con el arquitecto y urbanista Héctor Bomba para hacer de mis dudas una nota para Trama. En aquella charla –y en todas las que tuvimos en el consejo editorial- debatimos y finalmente coincidimos en la necesidad de que el Estado vele por el derecho de la gente a una vivienda digna. Creo que nadie en su sano juicio se opondría a una afirmación semejante. Pero eso no significa que no podamos preguntar cómo se atendió a ese objetivo en el caso de Lomas de Tafí.

El terreno de 400 hectáreas en el que está emplazado el barrio era del Banco Empresario de Tucumán. A comienzos de la década pasada, un grupo de arquitectos vio con buenos ojos este campo de cañas e ideó -junto al Instituto Provincial de la Vivienda (IPV)- su adquisición para diseñar y construir un barrio de grandes magnitudes. El IPV gestionó con éxito la ayuda del Fondo Nacional de la Vivienda (FONAVI). El arquitecto Bomba participó desde los inicios en este proyecto, como representante de la Universidad Nacional de Tucumán en las reuniones de la comisión interdisciplinar convocada por la municipalidad de Tafí Viejo.

El barrio Lomas de Tafí cuenta, al día de hoy, con cinco mil viviendas nuevas. En la ciudad de Tafí Viejo hay catastradas aproximadamente catorce mil. Esto quiere decir que Lomas no se puede definir simplemente como un barrio de Tafí Viejo. La magnitud y la escala lo convierten en algo más parecido a una ciudad. Sin embargo, según nos cuenta Bomba, en las reuniones de la comisión nunca se planteó qué se estaba construyendo: un gran barrio o una pequeña ciudad. “El signo de todas las reuniones era que el IPV era una aplanadora: lo único que quería lograr era la factibilidad del proyecto de parte del municipio”. Las autoridades municipales de Tafí advirtieron que los servicios de esa enorme cantidad de viviendas producirían ingresos muy importantes para su gestión.

Administrativamente, Lomas depende de Tafí Viejo. Es decir, la prestación de los servicios de alumbrado, recolección de basura, mantenimiento de los atributos de vecindad y barrido y limpieza corren a cargo del municipio gobernado por Javier Pucharras. Pero funcionalmente es una ampliación de San Miguel de Tucumán. Esto implica que el impacto demográfico lo sufriría –y ya lo sufre- la capital. La dependencia es explícita, y los ejemplos sobran: si una persona que vive en Lomas quiere viajar fuera de la provincia, tiene que ir primero a la capital; la mayoría de sus habitantes trabajan diariamente en la capital; la gran oferta de servicios está en la capital.

No pretendo decir en esta nota cómo debe hacerse una ciudad. El arquitecto Bomba opina que ni siquiera hay reglas claramente establecidas para inventar una. Agrega, a su vez, que construir de cero un bloque de 5.000 viviendas en la periferia de un gran centro urbano no sólo no resuelve un problema, sino que es capaz de aumentar exponencialmente otros. Aunque parezca una obviedad, planificar el crecimiento del conurbano capitalino es mucho más complejo que inyectar cemento para que vivan 5.000 familias. Es tener en cuenta, entre otras cosas, que allí van a vivir personas: personas que trabajan, estudian, circulan, consumen, crecen, se esparcen. Planificar el crecimiento de una ciudad es, también, pensar que en ella vivirán personas que van a sufrir las consecuencias de esa planificación.

Los grandes ideales

En SimCity, el juego de computadora que mencioné arriba, uno de los desafíos más importantes es descubrir cuál es la mejor manera de hidratar a los ciudadanos. Para eso uno debe investigar los suelos que nos ofrece el programa. En el barrio Lomas las personas se hidratan gracias a pozos de extracción que se hicieron sobre la cuenca de donde se abastece Tafí Viejo. Esta cuenca, luego de la excavación, vio drásticamente disminuido su caudal de agua, incrementando así problemas de abastecimiento pre-existentes. Para ganar el juego, antes de empezar a construir las casas es necesario pensar la conectividad de tu ciudad con otras. Lo primero que se debe hacer es resolver cómo llega y cómo se va la gente que va a vivir en la futura ciudad. Hay que generar buenos accesos y buenas salidas ya que si estos fallan, los accidentes proliferan. En este sentido, el juego emula acertadamente la realidad. Les recomiendo que luego de leer esta nota pongan en el buscador del diario La Gaceta “Lomas de Tafí” y contabilicen los títulos que se refieren a policiales y accidentes de tránsito. Los resultados impresionan. Ya desde antes de la construcción del barrio, la ciudad de Tafí Viejo demandaba una solución de conectividad con la capital, porque la vieja diagonal había quedado chica. Hoy este tramo cuenta además con el aumento de caudal de tránsito generado por las nuevas viviendas. Y al no estar concluidas las obras de la nueva autovía, el caos vehicular es un fenómeno cotidiano.

Nada como el hogar.

Volver a casa.

Viajar por una autovía no terminada genera que estructuralmente sea imposible respetar las normas de tránsito vigentes. Si la autovía hubiera sido construida antes del nacimiento del barrio Lomas, los habitantes de la zona podrían haber disfrutado de los beneficios reales de esa inversión. Pero el tramo de la ex diagonal sigue siendo hoy un problema no resuelto para la comunidad. Y no es un caso aislado: como señala Bomba, las soluciones rápidas e irreflexivas a problemas urbanos producen problemas nuevos.

Una idea esperanzadora, como es la construcción cinco mil viviendas sociales, se convirtió aquí, en nuestra provincia, en una situación con consecuencias impredecibles. Tenemos que desconfiar más de la guía de los grandes ideales porque generalmente nos distraen de la resolución de las circunstancias específicas. Las circunstancias de un barrio, de un grupo de personas que necesitan vivienda y transporte. Si no vemos que detrás de las gestiones debe haber, además de grandes ideologías, un sustento práctico y específico que sea capaz de solucionar problemas reales y cotidianos, seguiremos produciéndole malestares innecesarios a la gente.

El barrio Lomas de Tafí parece ser solamente la construcción de 5.000 viviendas en un gran terreno vacío.

Actas «quemadas»

Bomba, como ejemplo viviente de falta de planificación y de evaluación de las circunstancias específicas, recuerda el caso del Barrio Oeste II de San Miguel de Tucumán. El IPV, a finales de la década del setenta, cometió los mismos errores. Colonizó un terreno vacío, y sembró casas en bloques de tres pisos, emplazadas en polígonos irregulares, simulando manzanas. Hoy, el Oeste II es un suburbio que se convirtió en un gueto. Tiene zonas oscuras e intransitables de noche, no sólo por la inseguridad sino por el estructural miedo que dan esos monoblocs y dúplex que terminan en callejones sin salida y en los cuales es muy fácil perderse. Tanto el Oeste II como Lomas fueron costosísimos para el Estado y lo seguirán siendo; no sólo a nivel económico sino también social, urbano, cívico y subjetivo. Costos que sin duda se podrían haber evitado con una planificación adecuada.

Hay –también- ejemplos de buena planificación, de buen uso de recursos y de políticas destinadas a poblaciones reales, entendidas como un conjunto de personas con necesidades cotidianas. La villa Olímpica que se construyó en Barcelona para las Olimpiadas de 1992 fue planificada desde su origen para no ser abandonada al término de la competencia. Luego se convirtió en un albergue de jubilados y logró integrarse armónicamente con el tejido urbano de la ciudad. También existen pequeñas urbanizaciones en los alrededores de Grenoble, en Francia, que fueron planificadas y construidas en terrenos de 16 hectáreas (compárese con las 400 de Lomas), pero que en proporción no generaron más costos que el nuevo “barrio” de Tucumán. Son centros urbanos con sus servicios propios, que hoy funcionan y siguen albergando a la gente para la cual fueron construidos.

Que parezca un accidente.

La excepción y la regla.

El equipo interdisciplinario que fue convocado con buen tino al comienzo de esta gran obra que hoy es Lomas de Tafí cumplió en la medida de la participación que los directivos taficeños habían propuesto. En cada una de las reuniones se redactaron actas que luego fueron archivadas por los secretarios del municipio. Junto con los cimientos que estaban creciendo, este equipo fue observando que sus intervenciones habían sido en vano, porque nada de lo debatido en esas reuniones estaba siendo tenido en cuenta. Frente a esto y frente a la profunda preocupación que le generaba ver cómo se estaban haciendo las cosas, el arquitecto Bomba fue en busca de las actas para atesorarlas y para tener registro de su participación y trabajo. Las actas habían desaparecido. Me pregunto si lograremos algún avance en las planificaciones futuras si ni siquiera somos capaces de recordar y entender las pasadas. Lomas de Tafí fue un proyecto que dispuso de mucho dinero y voluntad. Hoy debemos resignarnos a analizarlo sin tener un mínimo registro de lo que se esperaba de él.

Bomba no puede ofrecernos un diagnóstico sobre el futuro de Lomas, ya que las consecuencias de su planificación defectuosa aún no se han manifestado por completo. En su relato, uno llega a tener la sensación de que hay cuestiones que simplemente no se pensaron. No pasa necesariamente por la corrupción de los funcionarios o los problemas estructurales de una sociedad, sino más bien por un grupo de personas que olvidaron las necesidades cotidianas de otras personas. Necesidades que deberían conocer en profundidad, porque son sus propias necesidades, las de cualquiera que vive en un centro urbano. No sabemos si Lomas de Tafí se convertirá eventualmente en una ciudad o no, y quizá sea demasiado tarde para preguntárselo. Quizá esa cuestión ya no importe. Lo que seguramente sí debería importarnos es la gente que vive en ese lugar. Es en la vida de esa gente donde, día a día, la falta de planificación actualiza sus consecuencias.

Colaboraron en la realización de esta nota Eduardo Naval, Pablo Peralta y Manuel Martínez Novillo (h).

Imágenes: Eduardo Naval.

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