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¿Es Del Potro un tenista de elite mundial? ¿Cómo logró el argentino volver a la cumbre de un deporte tan competitivo luego de tres intervenciones quirúrgicas y mucho tiempo de recuperación? Manuel Martínez Novillo reflexiona sobre el papel que tuvo el tenista en la victoria de Argentina en la Copa Davis 2016 y analiza la forma en que los cambios en su juego fueron determinantes en sus éxitos.

Cuando, hace casi cinco meses, Leonardo Mayer ganó el quinto punto de la serie de semifinales ante Gran Bretaña en Glasgow y cerró un domingo de mucha emoción, el equipo argentino pareció no sólo festejar la hazaña de pasar a la final de la Copa Davis. También se sintió que una enorme pesadez en el rostro de los jugadores y el cuerpo técnico se había esfumado. Daniel Orsanic, el capitán del equipo (en el fútbol sería el DT), subió serio a la tribunas y tuvo que soltar unas lágrimas de descargo mientras abrazaba a su mujer antes de entregarse a la alegría de la victoria.

El día anterior los hermanos Jaime y Andy Murray habían vencido a la pareja Del Potro-Mayer y habían puesto la serie 2-1, aún a favor de los argentinos. Después de un viernes perfecto (en 2 a 0) la prensa nacional, durante 24 horas, se hizo una fiesta de pesimismo e intrigas con el traspié del dobles y con la decisión de hacer jugar a Juan Martín del Potro el sábado. Como vaticinaban las sombras, a Del Potro no le dio para volver a jugar el domingo; Andy Murray (que sí jugó los tres días) igualó la serie, como se esperaba, en el primer turno del día frente a Guido Pella y luego Mayer perdió el primer set del quinto punto. La ansiedad se extendió hasta bien empezado el segundo set, que fue cuando Mayer despertó definitivamente y ganó el resto del partido frente a Daniel Evans casi sin sobresaltos.

Del Potro, apenas terminado el partido de Mayer, le contó al periodista Gonzalo Bonadeo que en esa serie él no iba a jugar dos singles, porque no estaba físicamente apto para hacerlo. Jugaba un singles solamente o un singles y el dobles, como finalmente ocurrió. A eso lo sabían todos en el equipo desde un principio, aclaró. Pero no podían contarlo porque hubiera significado revelarle la estrategia a los rivales. “Aunque mi juego haya creado mucha expectativa estos últimos meses [por su final en los Juegos Olímpicos de Río y su sorpresiva llegada a los cuartos de final en el US Open], yo no estoy en la misma condición física que Murray. Él puede recuperarse mucho más rápido”, le dijo a Bonadeo. “Tenía un tiro y me salió: ganarle a Murray el primer día. Bueno, después intentamos ganar con Leo en el dobles. Era un macht point: íbamos dos a cero. No jugamos mal tampoco”.

Vivir de noche.

Vivir de noche.

Si mientras uno lo escuchaba, recordaba el reguero de palabrerío que se había disparado en la noche del sábado y la mañana del domingo, la tranquilidad de Del Potro era algo providencial. Casi todos los argentinos adeptos al deporte habíamos pasado una buena cantidad de horas presagiando el fiasco del equipo. Y ahora todos estábamos desdiciéndonos, miserablemente, y alabando al capitán por su decisión y a los jugadores por su desempeño. Pero Del Potro, a quien todos habían tenido algo para recomendarle o reprocharle esos días, no tuvo nada para decirnos a ninguno de nosotros. Tan sólo nos explicó algo que los argentinos –tan apasionados de estos asuntos como somos- aún no parecemos capaces de entender: además del talento y el coraje, en la competencia son importantes los cálculos y la estrategia. Y que estos, aún bien hechos, pueden fallar y determinar fatalmente el resultado. El deporte de elite es así de exigente.

El equipo argentino podría haber fallado ante Gran Bretaña ese fin de semana en Glasgow –de hecho, las posibilidades no estaban en su favor. Pero ese viernes Del Potro jugó una de las contiendas más increíbles que el deporte nacional haya presenciado nunca y le ganó, en su ciudad natal, al británico que terminó el 2016 como número uno del mundo. El resto del equipo fue de fierro, pero sin su hazaña nada podría haber empezado a debatirse. En la final de Zagreb frente a Croacia, la receta fue similar. Del Potro hizo lo que nadie podía hacer: ganarle a Marin Cilic (N°6 del mundo al momento del encuentro) volviendo de un dos sets a cero en contra, y el resto del equipo estuvo a la altura. Esto no es menospreciar a nadie: es tan sólo reconocer el lugar que cada uno tiene.

Realismo y humildad

En comparación a casi cualquier otro equipo deportivo argentino, lo más distintivo que tuvo el equipo de Copa Davis 2016  es su concepción realista y, a la vez, humilde de la competencia internacional. Los equipos argentinos tienden a identificarse a otro tipo de cosas. A veces se reposan excesivamente en las posibilidades de su líder: el fútbol es paradigmático en este sentido; de Messi se espera (y se exige) que haga todo (con Maradona como DT pasó algo así también en el Mundial 2010). Pero en el tenis este fenómeno ocurrió cuando se creía que con la “magia” de David Nalbandian (“que se ilumina en la Davis”) se podía vencer a cualquiera. En otras ocasiones (que pueden coincidir y potenciarse con las anteriores) los argentinos imaginan grandes gestas grupales que no encuentran sustento ni en las capacidades reales de los deportistas ni en la cantidad de trabajo dedicado a desarrollarlas. En ambas versiones, la fantasía y la soberbia argentinas ocupan el lugar que deberían tener el profesionalismo, la honestidad y la inteligencia.

La primera piedra.

La primera piedra.

Ser realista es notar que el equipo de la Davis debía conformarse alrededor de Del Potro. Eso implica darle cierta prioridad a su persona y sus deseos: su opinión sería de mayor peso al momento de decidir la estrategia, de prepararse para el encuentro y de tomar otro tipo decisiones no menos importantes, como la elección de la superficie o la ciudad donde jugar una serie de Davis (situación que en 2016 no se presentó porque la Argentina jugó siempre de visitante). El propio Juan Martín contó que en años anteriores la Asociación Argentina de Tenis le informaba por mail la decisión ya tomada. Del Potro dejó de jugar la Davis en esos tiempos. Para el nacionalismo argentino (presente en el tenis también) la decisión del jugador fue pecado. Por supuesto, el sentimiento nacionalista no se preocupa por entender que Del Potro al ser un tenista de la más primera elite mundial juega muchos partidos al años, muchísimos más que los demás miembros del equipo; que esos partidos ocurren a lo largo y ancho del entero mundo, por lo que son un gran esfuerzo de programación y logística; y que jugar con los mejores del planeta acarrea una exigencia física, técnica y sentimental que los otros jugadores argentinos no viven. Desear que ese deportista se dedique a jugar con seriedad la Copa Davis significa, necesariamente, permitirle participar en alguna medida del proceso.

Es evidente que el capitán Daniel Orsanic fue determinante en esta mirada realista y en promover la humildad en todo el equipo. Algo de lo que el propio Del Potro también aprendió (o siempre supo quizás). Desde que le permitieron participar de la toma decisiones y le pidieron (implícita o explícitamente) co-conducir el grupo, él se convirtió en un líder muy esforzado y atento. Además de la general victoria argentina en la Davis 2016 (nunca ganada antes), el hecho de que los dos máximos momentos de esa gloria hayan quedado en manos de Mayer –en Glasgow- y de Federico Delbonis –en Zagreb- constituye un gran testimonio del liderazgo generoso e inteligente del dúo Del Potro-Orsanic.

El regreso

Como dijo la periodista norteamericana Louisa Thomas, en una excelente nota que le dedicó el año pasado en el New Yorker, la carrera de Del Potro estuvo asociada durante mucho tiempo al “remordimiento”.  Después de haberle ganado a Federer una increíble final en el US Open de 2009 y haberse mostrado como un posible heredero del tenis mundial (el juego de Del Potro explotó antes que el de Murray y sólo un poco después que el de Djokovic), la carrera del tandilense se accidentó por primera vez en 2010 por un lesión en la muñeca derecha que lo obligó a una cirugía y a una larga rehabilitación. Empezó el 2011 en el puesto 484 del ranking, cuando había sido cuatro justo un año antes. Pero pudo regresar. En 2013 perdió las semifinales de Wimbledon contra Djokovic en un partido que merece recordarse como una muestra de todo lo que el tenis es capaz de dar. Y Juan Martín empezó el año 2014 –de nuevo- como cuatro del mundo. Ese año vino la molestia en la otra muñeca y la primera operación y, luego, la segunda operación. En el 2015 Del Potro jugó apenas cuatro partidos en todo el año.

Del Potro se convirtió en el gran “what if?” del tenis, agregaba Thomas. ¿Cómo hubiera sido el tenis si Del Potro hubiera estado sano todos estos años? ¿Habría reinado Djokovic tan cómodamente? ¿Sería ahora el turno de Murray o le tocaría al argentino?

Giro en U.

Giro en U.

A comienzos del año pasado se viralizó un video casero que Juan Martín mandó a un grupo de amigos de WhatsApp en el que les agradecía por el apoyo que le habían dado en los momentos duros de su carrera. El tono melancólico del mensaje daba a entender que el propio Del Potro era el primero en asumir que los buenos años de su tenis habían pasado y que ya no volvería a ser el jugador que había sido. Más avanzado el 2016 él mismo reconoció que hasta prácticamente el mes de abril no pensaba que podría volver a competir de verdad en el circuito. Sin embargo, el Del Potro del 2016 no solamente retornó a los primeros planos sino que ganó en un solo año más partidos importantes de los que ganó en todos sus años anteriores sumados.

A finales del año la prestigiosa revista francesa L´Equipe sacó un ranking con los quince mejores partidos de tenis del 2016. Del Potro es el jugador con más apariciones en el listado -cinco; Murray, el segundo, tiene cuatro-, y encabeza el ranking con dos victorias suyas: el partido contra Murray en la Davis en primer lugar y la inolvidable primera ronda de los J.J. O.O. de Río sobre Djokovic en el segundo.

Un jugador distinto

La imagen de Rafael Nadal perdiendo en sets corridos, sorprendido y casi sin poder pegar firmemente, graficaba cómo ganaba el joven Juan Martín del Potro. Novak Djokovic psicológicamente agotado e impotente al final de un extenso y debatido partido en los Juegos Olímpicos, en cambio, ilustra la manera en que triunfa el último Del Potro. ¿Cuál es la diferencia? ¿Es positiva? ¿No sería mejor ganar fácilmente? La diferencia está justamente en que esos partidos, contra los gigantes, casi nunca pueden ganarse fácilmente. Los grandes jugadores son capaces de retomar el control de una contienda que parecía definida y si no logran darla vuelta, por lo menos obligan a sus rivales a vencerlos dos veces. En ese nivel de la competencia deportiva un tenista se encuentra obligado a lidiar con los límites más profundos de sus condiciones técnicas y personales. Antes, el argentino, a pesar de jugarlos bien, solía perder esos partidos. En 2016 solamente ganó cuatro (las semis de los JJOO frente a Nadal y la final de la Davis contra Cilic completan la lista de victorias memorables).

Ya sea como consecuencia del tiempo de introspección que le impuso la recuperación (algo que él mismo reconoce) o por los cambios en su técnica derivados de no sentir la muñeca izquierda como antes –o por alguna razón que desconocemos- el Del Potro que volvió en 2016 es, en muchos sentidos, un jugador distinto, uno que el mundo del tenis no esperaba encontrar. Como espectador del deporte, seguidor de Juan Martín y (lamentable) jugador amateur yo me había acostumbrado a percibir que él generalmente necesitaba machacar la pelota con su potencia desde el comienzo del partido para sentir que estaba en pleno uso de su elemento. Ahora su juego no necesita aferrarse únicamente a eso: puede triunfar en los peloteos largos, sabe variar velocidades y alturas, juega con distintos efectos y gana puntos desde cualquier lugar de la cancha. Sí: quizás ya no asesta los mismos golpes que hacía con su revés. En comparación con lo que ganó su juego, esa pérdida es poca cosa. Por otro lado, un gigante como Roger Federer, por ejemplo, nunca necesitó hacer tantos puntos ganadores con su revés, siempre jugó mucho con el slice y variando efectos, y conquistó el tenis mundial de ese modo. El último Del Potro es un jugador más consustanciado con su inteligencia y menos aferrado a sus “trucos”: en eso también parece haber aprendido del suizo.

Imágenes: Jimena Montenegro.

 

3 Comments

  1. Picasso dice:

    Muy, pero muy buena nota. Felicitaciones!!!

  2. Beatriz dice:

    100% …Totalmente de acuerdo!.

  3. Web Hosting dice:

    El partido se reanudo al dia siguiente y Del Potro se encargo de «retirar» al estadounidense, quien habia anunciado que el certamen neoyorquino iba a ser su ultimo torneo profesional.