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¿Cómo es el mundo de un loco? ¿Cuál es el origen de su padecimiento? Ricardo Gandolfo reflexiona en torno a la psicosis y explica el modo que el psicoanálisis tiene de tratarla.
Es muy interesante discutir algunos aspectos de la locura que suelen pasar desapercibidos a la persona común.
En primer lugar hay que entender que la locura no es un déficit. Quiero decir que quien está loco, o ha padecido algún sufrimiento psicótico, no tiene una disminución de sus capacidades. Lo cual otorga al loco una dignidad personal que debe ser respetada. Un loco es alguien que se ha constituido de manera distinta en relación con los otros. Y su padecimiento debe ser considerado en función de ese modo de constitución, no procurando restablecer vaya a saber qué supuesto estado anterior de “normalidad” (cosa que no es más que una medida estadística), sino más bien atendiéndolo en su singularidad y en la búsqueda de una solución que tenga un valor para ese sujeto y no para las normas sociales que rigen la supuesta “salud psíquica” definida por un organismo del estado.
En segundo lugar, hay que contemplar esa frase compleja y que nadie gusta recordar, de Jacques Lacan acerca de la locura como una “insondable decisión del ser”. ¿Qué quiere decir esto? Que hay una decisión subjetiva que alguien toma para constituirse como psicótico, y que las causas de la locura no hay que buscarlas ni en la sociedad, ni en el organismo, ni en los grupos familiares, sino más bien en una respuesta subjetiva que se arma con una decisión. El loco elige no participar de la locura generalizada que llamamos “normalidad psíquica” y tiene sus buenas razones para hacerlo. Que esa decisión le cause un sufrimiento, es una consecuencia y no una causa de la misma y debe ser atendida, sabiendo que no es posible alterar esa decisión, pero sí modificar y atemperar muchos de sus resultados. En este punto conviene recordar unas palabras de José María Álvarez, un psicoanalista español cuando afirma que “se necesita mucha osadía para explicar cómo una alteración de la química cerebral hace a aquel loco oír tal palabra y no otra”, por lo cual concluimos que las drogas antipsicóticas que la psiquiatría ha puesto en los últimos 50 años a nuestro alcance, tienen un valor importante, pero limitado y que de ninguna manera, solucionan lo que este sujeto ve en sus alucinaciones o lo que aquel paranoico oye en sus mandatos que resultan tan enigmáticos para el terapeuta, como para el sujeto mismo.
En tercer lugar, el tratamiento de la locura requiere dar un lugar a la palabra del psicótico. No para interpretarla, no para corregirla, sino para precisar cómo sufre de ella y para sugerirle una modificación de su lugar que le permitiría sufrir menos. El tratamiento de la locura es complejo y requiere de muchos actores, pero allí el psicoanalista especializado en estos padecimientos tiene un lugar esencial. Si hablando con alguien el loco disminuye la producción de su sufrimiento y encuentra un lugar en la vida, tomando menos medicamentos y a la vez, permitiéndole que su singularidad psíquica se sostenga de una manera menos torturante, bien vale la pena intentar esa vía. Seguramente es un camino que supone esfuerzo y trabajo, cuidado y preparación de quien lo realiza, pero los resultados (comprobables por cualquiera que se tome el trabajo de leer lo que los psicoanalistas han escrito sobre las psicosis en los últimos 90 años) justifican ampliamente el esfuerzo realizado.
Otra alternativa, más conforme al capitalismo y a su fetichización de las mercancías, consiste en acallar la locura con una dosis generosa y contradictoria de numerosos fármacos, cuya venta y valor aumenta en el mercado en la medida de su uso indiscriminado, y aislar a los locos subjetiva o físicamente del mundo de los “normales”.
Pero ésta no es, desde luego, la vía que el psicoanálisis toma siguiendo a Freud, que pensaba que el delirio psicótico (que las buenas personas consideran aterrador) no es un síntoma de la psicosis, sino una tentativa imperfecta de curación y que, a diferencia del estrangulamiento de esas tentativas que proponen algunas líneas de la psiquiatría moderna, hay que reconocer en él la firma de la locura. Esa que nosotros, neuróticos, hemos rechazado sin saber que estuvimos a un paso de aceptarla.
El autor es psicoanalista, docente y escritor.