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¿Hay algo para aprender de los poemas, las obras de teatro y las canciones? ¿Cuál es lugar que ocupan las expresiones artísticas en la enseñanza universitaria? Pablo Toblli y Manuel Martínez Novillo retoman las ideas del pensador norteamericano Richard Rorty y reflexionan acerca del valor de las metáforas en nuestra forma de percibir y concebir el mundo que nos rodea.   

Las disciplinas humanísticas, como suelen estudiarse en un importante número de universidades del mundo, han tendido en general a darle un lugar más privilegiado en sus currículas a los teorizadores (filósofos, psicoanalistas, críticos, etc.) que a los artistas. Las ideas de pensadores como Platón o Wittgenstein organizan los estudios universitarios, les dan forma y dirección. Las obras de los artistas, en cambio, ocupan un lugar secundario: son algo así como partes intercambiables que navegan dentro de la organización que otorgan los teorizadores.  

Es así como las obras de los artistas pueden servir para ejemplificar aspectos de la teoría de otro -la tragedia Edipo rey usada como explicación de la formación subjetiva de los niños para el psicoanálisis es un gran ejemplo de esto-, pero no influyen significativamente sobre el orden más importante. Aportan ejemplos, en el mejor de los casos, pero las bases sobre las cuales se edifica la estructura general son aportadas por la teoría.  

Ciertamente esto tiene sentido. Las disciplinas universitarias deben ser enseñadas y transferidas de unos a otros. Y los conceptos teóricos son pasibles de ser explicados, entendidos y aprehendidos. En cambio, con los sentimientos y pensamientos que provoca un poema o una tragedia el asunto no es tan claro. De hecho, lo que una obra de arte provoca en nosotros resulta transferible sólo en tanto y en cuanto lo convertimos en conceptos, es decir, en teoría.   

Filosofía como metáfora

Richard Rorty en su texto “La filosofía como ciencia, como metáfora y como política” se pregunta por las distintas maneras en las cuales los pensadores del siglo XX han entendido la filosofía. Identifica tres corrientes que nombra en el título del ensayo. Los filósofos cientificistas entienden que la filosofía debe parecerse lo más posible a una especie de herramienta para despejar errores, una especie de cálculo matemático que ayude a diferenciar aquellas cosas sobre las que podemos hablar de aquellas respecto de las cuales corresponde callar. Los positivistas son los más destacados representantes de este parecer. Temas como los de la metafísica y la ética, que jamás pueden ser encarados desde el análisis lógico, suelen quedar fuera de lo que estos pensadores consideran como filosofía.

Yo y Magdalena.

Yo y Magdalena.

Otros filósofos como Martin Heidegger opinan, por el contrario, que sólo una filosofía que brinde palabras para hablar de estos temas merece ser practicada. En este sentido, tratan de reconciliar a la filosofía con las metáforas de la poesía: su objetivo es construir un pensamiento de logros poéticos, nos dice Rorty, un pensamiento capaz de encontrar nuevas metáforas para hablar de los viejos problemas humanos, que es lo que la poesía hace.

Hay una revalorización de la palabra poética en estos pensadores del siglo XX. Según Rorty, esto se funda en que las metáforas de la poesía son capaces de ampliar nuestro repertorio de oraciones y así brindarnos formas más abarcativas y complejas de apreciar el entorno y de apreciarnos a nosotros mismos. Esos asuntos, mucho más relacionados al ser del mundo y del individuo, son los que les interesan a filósofos como Heidegger. Para hablar de ellos, no hay nada más apropiado que las metáforas.

Cantar y contar      

Entonces, ¿qué es propiamente lo que ocurre cuando un artista nos muestra un mundo novelado, un conjunto de metáforas o una trama moral y sentimental, que vibra en la vida de un personaje, o en un grupo de creencias que subyacen en el tropo de un poema o una canción? ¿Qué nos pasa cuando los personajes de Sartre, por ejemplo, caminan en extrema cavilación mental? ¿Qué nos pasa a nosotros con la potencia de lo bello, con el éxtasis estético?

La experiencia estética tiene algo de intransferible. No importa cuántos ensayos se escriban sobre Sartre o Baudelaire, hay algo de la obra en sí que permanece cerrado ante todo intento de conceptualización. Es decir, algo que sólo podemos experimentar cuando leemos la obra. Y eso que ocurre entre el lector y la obra tiene una potencia tal que no sólo no puede ordenarse en un esquema cognitivo, sino que esa imposibilidad ni siquiera nos importa luego de haber tenido la experiencia. No importa que no pueda hacerse nada independiente de la misma lectura con eso que se leyó. No importa que no podamos contárselo a un amigo o que no sea posible exponerlo en un examen de literatura o en una conferencia. Porque la experiencia estética es algo íntimo y acogedor, y sobre todo singular. Algo que nos devuelve a nuestra individualidad, nos asegura en ella.    

Si uno vuelve a un poema, a un párrafo o a una canción es para encontrarse con ese pequeño cerco dentro del mundo, con esa identidad y esa belleza que refluye en la obra. Por más de que sea lo mismo siempre lo que leemos o escuchamos, nunca lo sentimos exactamente igual. Uno pone una canción una y otra vez para experimentar algo que le gusta y, paradójicamente, eso que siente no es del todo igual, sino que de algún modo cada vez es un poco más amplio de lo que era antes. En novelas, poemas, canciones o películas hay una propuesta de un mundo en el cual uno puede quedarse, emular y sentir. La naturaleza de la obra de arte hace que nosotros formemos parte de ese universo, lo cambiemos y dejemos que nos cambie.  

Partículas elementales.

Partículas elementales.

A la teoría se la lee para saberla. Es posible incluso que uno no vuelva a leerla si no necesita enseñar, exponer o transmitir. Cuando uno lee una novela, recorre un conjunto de palabras que van recreando un ámbito: algo vive cuando se abre el libro y algo muere cuando se deja la obra. La teoría no está viva en ninguna parte. Puede permanecer intelectivamente en nosotros, podemos retomarla y perfeccionarla. Pero no la revivimos, sino que la resumimos, la moldeamos, la ajustamos. Porque hay algo de la teoría que no vive en las palabras o en las imágenes. La escritura de teoría es un medio para otra cosa: para entender, para explicar, para enseñar o incluso para aplicar. Y para hacerlo podemos (o incluso tendremos que) cambiar las palabras que fueron escritas y sustituirlas por otras. En una novela de Proust o en un poema de Giannuzzi, cada palabra está puesta en su lugar y eso constituye un objeto en sí mismo, al que hay que acceder de primera mano. Porque a cualquier otra aproximación (explicada, resumida, etc.) le faltaría algo, acaso lo más importante.

Primero la sensibilidad   

La teoría sin dudas puede suministrarnos puertas de entrada a un obra, allanarnos las interpretaciones, organizar nuestra lectura. Incluso, de un modo muy práctico, muchos de nosotros nos hemos interesado en alguna obra, la hemos buscado y leído, luego de cruzarnos con un comentario de ella en un ensayo, en una reseña o en alguna revista académica. El arte no debe reemplazar a la teoría. Ambas pueden ocupar sus lugares.

Lo que ocurre es lo inverso: en muchos ámbitos universitarios la obsesión por la teoría se convirtió en un verdadero menosprecio de la importancia que en el saber tiene el encuentro primordial con una obra artística. De hecho, en las facultades de Letras de la Argentina, por ejemplo, no es casual que siempre se parta de la teoría para luego leer la obra. Y en muchos casos, como los tiempos curriculares apremian, sólo llegamos a leer la teoría.

No somos amigos.

No somos amigos.

Las disciplinas humanísticas están desaprovechando algo allí. El acceso más primario y crudo a las obras artísticas puede ser, a fin de cuentas, una forma de hacer florecer la sensibilidad de una persona, que no es otra cosa que la capacidad de ver el mundo alrededor y sentirlo como algo propio, de vivir con lo ajeno y estar a gusto con ello. Aunque el arte no tiene por qué desarrollar posiciones éticas, la teoría ciertamente lo hace. Y percibir a los demás como cercanos a nosotros, como compartiendo sentimientos e ideas, que es lo que una buena novela o un buen poema nos permite, puede ser un gran punto de partida para la reflexión moral. Cuando lo hacemos al revés, muchas veces nunca llegamos a lo íntimo, a lo más importante.  

Imágenes: Atilio Boggiatto.

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