En esta nota, la abogada norteamericana Toni Jaeger-Fine extrae de una experiencia personal una enseñanza acerca de la importancia de la civilidad no solo en la profesión del derecho sino también en la vida común. La autora -docente y decana asistente en la Universidad de Fordham- publicó recientemente el libro Becoming a Lawyer: Discovering and Defining Your Professional Persona (West Academic 2018), disponible en Amazon.com y West Academic.

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Muchos se preocupan por la falta de civilidad en la profesión del derecho, que según dicen se ha acentuado con el tiempo. Si bien la civilidad entre los abogados es algo a ser atendido, su necesidad va más allá de la profesión y nos afecta en modos mucho más corrientes.

Recientemente, estuve viajando por América Latina y fui a tomar algo al bar de un hotel en una importante capital sudamericana. Otro viajero de una parte distinta del mundo (que no nombraré) estaba siendo sumamente maleducado con el mozo, un tipo amable que hacía su trabajo con eficiencia y simpatía. Fue tan desconsiderado que me sentí obligada a comentarle al mozo –en mi terriblemente imperfecto español- acerca de su comportamiento. Estaba avergonzada de mi compañero viajero y apenada de que él tuviera que soportar sus comentarios desagradables e inapropiados.

El mozo soportó los insultos del viajero con cortesía y dignidad –mucha más de la que yo soy capaz de reunir. Cuando le pregunté cómo lograba semejante control, él me dijo algo a este efecto: “Yo tengo que lidiar con este tipo por 30 o 40 minutos; él tiene que lidiar con sí mismo todo el día, todos los días.”.

Estuve un tiempo pensando en la madurez extraordinaria con que el mozo abordó a esa persona tan profundamente ofensiva. Fue esa madurez la que le posibilitó mantener la compostura y no perder los estribos o responderle al viajero en el tono que este proponía. Le permitió desviar la mala educación del viajero de tal modo que no manchara o socavara su autoestima.

La actitud del mozo me hizo pensar además en algo que escuché el verano pasado. Tuve el honor de asistir a una charla de Eric Grossman, jefe de asuntos jurídicos de Morgan Stanley, sobre consejos para prosperar en la profesión del derecho. Uno de sus consejos era la regla de las 24 horas: cuando alguien te hace algo malo, Grossman rogaba, nunca respondas inmediatamente. Espera un día. En ese tiempo, podrás pensar una respuesta más cuidada y deliberada para la persona que te hirió. Puede que incluso te des cuenta de que el desaire era más leve de lo que parecía o, por otras razones, ni siquiera merecedor de una respuesta.

De estas dos fuentes distantes –un mozo de un hotel en Sudamérica y el jefe de abogados de una de las compañías más respetadas de los Estados Unidos- aprendí lecciones importantes y valiosas sobre la civilidad: cuando te encuentres frente a un acto de incivilidad, toma un respiro; no reacciones al calor del momento, sino espera hasta que puedas ofrecer una respuesta más matizada y reflexiva, si todavía una está justificada; y recuerda que una ofensa o humillación es mucho más el reflejo del que la comete que del que la recibe. Todos andamos cada minuto del día con nuestra particular marca de civilidad. Hay que llevarla como una placa de honor y no dejar que los demás provoquen una respuesta que vaya a empañarla.

Para leer más de la autora visitar su blog en este link.  

Traducción: Manuel Martínez Novillo. 

Imagen: Eduardo Naval.  

 

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