Problemas y olvidos de César Milani
¿Cómo se explica que Milani sea jefe del ejército? ¿Qué llevó al gobierno a modificar su criterio en relación con los ascensos y los DDHH? Pablo Baca recuerda la participación del teniente general en el proceso militar del ’76 y recupera las historias de Ramón Olivera, Plutarco y Oscar Schaller y Agapito Ledo. Una reflexión en torno a la función de las Fuerzas Armadas en tiempos de democracia.
Un grupo del Ejército en Cieneguillas, en la puna, al oeste de la Quiaca. Un camión, un jeep con plataforma para lanzar granadas, algunos vehículos. Y soldados, y oficiales y suboficiales. Unos veinte en total, contando los que están en la calle y los que entran y salen. Adentro tiene que haber unos cuántos más. ¿Qué hacen ahí? El que está aparentemente al mando contesta, pero no dice lo que hacen, sino lo que no hacen: no hacen seguridad interna ni tampoco asistencia social -la ley se los prohíbe salvo en catástrofes o situaciones similares-. Entonces, si salen en patrullas por huellas de contrabandistas, es a título de “ejercicios”. Y si pintan una escuela, o arreglan el techo de la salita de primeros auxilios, es por “colaboración”. Alguien, la directora o el enfermero, lo ha pedido, y ya que están, y ya que tienen el personal y los elementos, ayudan. Es todo.
¿Ya volvieron?
Entonces eso no hacen. ¿Y qué hacen? “Tareas de cartografía”. Raro: ninguno de los que nos rodean o andan por ahí tiene cara de hacer mapas. Además con Google Earth… Lo que hay son restos de un proyecto político que ni siquiera llegó a existir: son soldados del jefe del Ejército Tte. Gral. César Milani. Las denuncias por delitos de lesa humanidad, en su contra, no fueron causa suficiente para moverlo de la jefatura, pero dejaron exánime su proyecto.
Igual, no es poco lo que ha logrado. Sigue en la jefatura para empezar. Y además ha llevado al gobierno nacional, con una historia y un relato en materia de derechos humanos, a cambiar los criterios para juzgar los ascensos militares. En efecto, desde la recuperación de la democracia se evitó que ocuparan cargos jerárquicos en las Fuerzas Armadas personas vinculadas a violaciones de los derechos humanos. Hubo un filtro. No bastaba con no haber sido condenado por delitos. Otros antecedentes podían impedir un ascenso. ¿Cómo se pensaba? El Estado terrorista había actuado en la clandestinidad y entonces no se daban órdenes ni instrucciones por escrito, y tampoco se dejaba constancia de lo que se hacía. Lo que había eran testigos. Sus declaraciones debían merecer credibilidad sobre todo si las habían realizado durante la dictadura o ya en los primeros tiempos de la democracia. Tenía que ser así, no podía sospecharse de esas declaraciones. En el caso de Milani –por ejemplo- las declaraciones que lo incriminan provienen de personas que nunca pudieron prever que sería jefe del ejército y que sus testimonios servirían para cuestionar su ascenso. Ése es el criterio que cambió: desde Milani, prácticamente lo único que puede impedir un ascenso es una condena en una causa penal.
Olivera, Schaller y Ledo
A todo esto, Milani venía con problemas. Al parecer, no se había dado cuenta de que el Batallón de Construcciones de Ingenieros 141 –donde prestaba servicios- era un centro clandestino de detención, y que también desde ahí se dirigía el terrorismo de Estado. De ahí salían a secuestrar y también ahí llevaban a los detenidos. Milani dijo que no lo sabía. Hubiera tenido que saberlo. Los avisos que hacía el Ejército pidiendo a la población que denunciara a “los subversivos” decían que ahí tenían que presentarse las denuncias. Y al mismo lugar iban los familiares. Cuando preguntaban en la policía o en la justicia, los mandaban a ese regimiento. Milani, uno de los treinta oficiales -que además iba a ser jefe de inteligencia-, ha pretendido no saber lo que sabían todos los riojanos. Además participó de traslados de detenidos que en algunos casos habían sido torturados o serían torturados. Según Milani, se trataba de una función administrativa. Acompañaba a los policías. No era así. Los policías eran los que acompañaban. Todas las policías del país estaban “bajo control operacional” de las Fuerzas Armadas. Y a estos problemas, ya de por sí importantes, se suman los casos de Ramón Alfredo Olivera, de Plutarco y Oscar Schaller, y de Agapito Ledo.
Ramón Alfredo Olivera –ya en el “Nunca Más” de La Rioja- declaró que Milani allanó su domicilio y detuvo a su padre. El padre estuvo detenido varios días, fue torturado y liberado con una hemiplejía. Y el mismo Olivera fue detenido y fue Milani quien lo trasladó al juzgado federal. Lo amenazó durante el viaje, y siguió amenazándolo durante el interrogatorio. Le decía que ya sabían que era del ERP y que le habían cortado rápido la carrera. Olivera lo único que hacía era levantarse el pantalón para que se vieran las heridas que había recibido al ser torturado. Al cabo de esa audiencia Olivera firmó una confesión de delitos que no cometió y fue condenado a cuatro años y medio de prisión. Recuperó la libertad en 1981 y contó lo sucedido a la justicia en 1984.
Plutarco Schaller, por otra parte, fue secuestrado y torturado. Como consecuencia de las torturas fue enviado a un hospital. En el hospital sucedió algo extraño. Un grupo de militares, entre los que estaba Milani, llevó a cabo un simulacro que Schaller no pudo entender. Hicieron unos tiros afuera, como si alguien atacara, y después entró Milani a la sala donde estaba Schaller y “comprobó” que todavía estaba ahí. Levantó la sábana y dijo: “El hijo de puta todavía está acá”. Lo que pretendían, dedujo después, era aparentar que alguien había intentado rescatarlo. ¿Para qué? Para responsabilizar a su hijo, Oscar Schaller. Ocurrió que inmediatamente después allanaron la casa y se llevaron a Oscar, que tenía 18 años. El hijo permaneció detenido unos treinta días en el Batallón de Ingenieros –donde Milani dijo que no se enteraba de nada- y también fue torturado. Plutarco Schaller vivió años fuera del país y recientemente volvió a La Rioja. Tiene 85 años.
Batallón de ingenieros.
Por último, Agapito Ledo. Milani comenzó diciendo que no lo había conocido. No lo recordaría, tal vez. Pero lo había conocido muy bien. Ledo había sido su auxiliar, había viajado con él en comisión a Tucumán y ahí había desparecido. Además, Milani había realizado el sumario en el que se pretendió disfrazar el secuestro y desaparición de Ledo, como si se hubiera tratado de una deserción. Ledo se había alarmado cuando le dijeron que iría con Milani en comisión a Tucumán. Aparentemente tenía una vinculación con el ERP y el mismo Milani le había estado haciendo preguntas en relación con sus ideas políticas. Comentó su temor a otro soldado, también con militancia política, y éste le dijo que escapara. Pero Ledo no escapó. Fue a Tucumán con Milani y otro oficial, Esteban Sanguinetti. Un día salió con Sanguinetti y nunca volvió. Milani llevó a cabo entonces la investigación sobre una supuesta deserción de Ledo y en pocas horas, tomando como base sólo lo que le dijo un suboficial, llegó a la conclusión de que Ledo había desertado. En la parte final del sumario hizo cargo a Ledo del uniforme y de todos los elementos que le habían entregado cuando se lo incorporó. Como si se hubiera robado todo eso. Mal, porque nadie se había llevado la mochila de Ledo, que seguía en el cuartel con las cosas que supuestamente se había robado. Milani de nuevo quiso reducir ese sumario a una cuestión administrativa. No era eso lo que suponían los reglamentos militares. Su obligación era investigar cómo, cuándo y por qué Ledo habría desertado. Tenía que hablar con otros soldados, comunicarse con sus familiares, etc. No hizo nada de eso. En unas horas lo declaró desertor y lo hizo cargo de elementos que estaban todavía en el cuartel. En una de sus defensas, Milani dijo que no se encontraba en el mismo lugar que Sanguinetti y Ledo cuando sucedieron los hechos. Invocó para probarlo el lugar y la fecha del acta de deserción. Pero también aparecieron incongruencias. En su declaración ante la justicia, Sanguinetti dijo que Milani estaba en Monteros como él y que fue a Famaillá a hacer el sumario porque ahí no había máquina de escribir. (Continúa en página 2)
