¿Se puede explicar la tragedia siria? ¿Cómo se relaciona esta crisis con la posición histórica de Europa frente a la inmigración? Francisco Wainziger aborda un tema ya olvidado por los medios, y piensa el modo en que las representaciones occidentales condicionan la existencia de “los Otros”, es decir, los refugiados.

Desde el inicio de las revueltas en Siria, en el año 2011 y en el marco de lo que se denominó como “Primavera Arabe”, el país se convirtió en el escenario del peor conflicto bélico en lo que va de siglo. Sin embargo, Occidente recién comenzó a prestar atención cuando el asunto golpeó a sus puertas. La cobertura se intensificó mientras miles de personas huían hacia Europa del horror y la destrucción, y alcanzó su punto máximo, como no podía ser de otro modo en la era de la imagen, cuando se viralizó la foto de un niño muerto en las playas de Turquía.

Rayas al tigre.

Rayas al tigre.

Pero entonces la tinta se empleó principalmente para canalizar el recurrente “debate” respecto a la inmigración. Las imágenes se ocupan de Hungría, Turquía, los Balcanes, Austria y Alemania. Y de fondo, como ruidos molestos, alguien nombra a ISIS y alguna caricatura nostálgica de la guerra fría por la puja entre EEUU y Rusia, que utilizan a Siria para medirse. El estertor sirio en cambio, es inaudible.

Comprender la crisis humanitaria en las puertas de Europa significa hundirse en su propia historia. Y quizás debería ser un buen momento, cuando el grito informativo ha dado lugar al eco (en mi opinión, solo para tomar aire y retornar con más fuerza), para llamar la atención sobre cuestiones más estructurales. En el medio de la saturación y los caprichos de las agendas mediáticas, solemos dejar de dimensionar que se trata de la punta de un iceberg, cuyo cuerpo completo está sucediendo de manera trágica, traumática ahora mismo, en nuestro más inmediato presente, en cada punto del Estado Sirio. Como expresaba Walter Benjamin, debemos apropiarnos de la memoria cuando ésta destella fugazmente en un momento de peligro.

Por ello, creo necesario realizar algunos comentarios sobre ambos espacios. Uno metafórico, simbólico, que denominamos Occidente, representado aun hoy en esa pequeñísima península asiática denominada Europa. Y otro que es un territorio real, concreto, urgente: Siria.

El desplazamiento de los ciudadanos sirios –como consecuencia del conflicto- no deja de revelar el “malestar” de Occidente. Y allí se pone de manifiesto una paradoja que quizá no lo sea tanto: este espacio simbólico, identificado con valores amplios y humanistas, no deja de mostrar su faceta más pragmática de racismo y colonialidad.

¿Qué se le reclama a Europa?

Resulta curioso, en primera medida, el modo en el que las representaciones legítimas y universalizadas que construye Occidente chocan permanentemente con la realidad, que surge allí donde termina el discurso y comienza la materialidad de los cuerpos. Un cuerpo que sufre, que duele, que muere. Mucho se ha escrito y matizado sobre el significado de la fotografía del cuerpo sin vida de Aylán, y mucho puede aún discutirse. Sin embargo, debemos reconocer que esa foto hizo más por desnudar la tragedia que miles de reclamos -y miles de vidas allí condensadas-. También es verdad que la capacidad de conmoción es selectiva, y no hay que alejarse mucho para encontrar dramas análogos entre nuestros niños. Pero ése es otro cantar.

Costa bárbara.

Costa bárbara.

Ahora bien, se trataba del drama de la guerra, y de los términos inmigración y refugiados que se mezclan. El primer concepto es uno de los temas recurrentes del espacio europeo. El Mediterráneo, el mare nostrum, el centro de la tierra aun hoy en las representaciones cartográficas, es un gran cementerio de pobres y desplazados. Allí no radica una novedad. Se trata de un fenómeno que retorna ante cada nuevo naufragio, especialmente proveniente de África, esa región que otrora también ha sabido conmover a las buenas conciencias con fotografías de niños desnutridos. El intelectual camerunés Achille Mbembé, parafraseando a Foucault, lo llama necropolítica. Alguna vez debemos preguntarnos: ¿por qué millones de personas arriesgan lo único que tienen, su propia vida, abandonando absolutamente todo lo que en algún momento podría haberle dado un sentido a sus existencias?

Desde el faro de la civilización discutimos, debatimos, rechazamos. Y en ese tren nos topamos con un desplazamiento humano más difícil de excluir, el refugiado, aquel que huye no sólo de la miseria sino también de la guerra. Una historia que Europa conoció muy bien y que parece haber olvidado. Es llamativo, y es necesario remarcarlo, que los principales destinos de los refugiados sirios sean Turquía, Jordania y Líbano, países que albergan cerca de 4 millones de desplazados sin haber tenido que atravesar un debate inicial tan intenso (aunque ahora busquen restringir el acceso y sumar presión a Occidente frente a la magnitud del fenómeno). Se trata del mayor movimiento humano desde la Segunda Guerra Mundial.

Entonces, ¿qué le reclamamos a Europa? Podríamos pedirle que sea coherente con su historia, pero es ésa un arma de doble filo. Basta mencionar algunos puntos significativos, inscriptos en los que los historiadores llaman la “larga duración”, que pueden contribuir a esta reflexión, empezando por la falla de origen, por la raíz simbólica del problema.

Es tan grande la colonialidad del saber y del ser, que los actuales países de la Europa occidental llaman a su propia fundación y asentamiento con el nombre que le otorgaron aquellos que los rechazaron: una “invasión”. Aún más: ellos mismos se definen como “bárbaros”, término asociado en la antigüedad a la deshonra de ser extranjero, aquel que no podía ser considerado un ciudadano. Los desplazamientos humanos y las migraciones constantes durante los primeros siglos de la era cristiana quedaron asociados irremediablemente al colapso de una mega estructura imperial. Por supuesto que se trata de un asunto muy complejo, pero no deja de llamar la atención que, a pesar de que la historiografía académica ha descartado esta visión del asunto, el concepto sigue funcionando poderosamente en nuestro imaginario. La Europa bárbara, la Europa migrante, no ha dejado nunca de tomar esa imagen y sigue viendo invasiones constantemente.

El traidor héroe.

El traidor héroe.

Quien mejor resumió esta paradoja es Borges en la primera parte de su breve relato “El guerrero y la cautiva”. La historia del guerrero lombardo, el converso, que durante el asedio a Ravena en el siglo VI se conmueve ante la Roma eterna del mármol y el orden, y decide defenderla y morir por ella. Borges reflexiona, con exquisita ironia, sobre el establecimiento final de esos “invasores”, que resultaran garantes de la continuidad.

A partir del siglo XV el largo repliegue se traduce en exploración y conquista, fundando con ello lo que Wallerstein denomina el sistema mundo, con Europa como detentadora del poder de discurso y representación. Las “invasiones bárbaras” se mundializan. Se originan, paralelamente, un discurso humanista y una política global de sometimiento. Se construye ese sujeto moderno, ese yo cartesiano que es tramposo. Al negar el pensamiento a lo no europeo, se le niega también la entidad y la existencia. Un universalismo peculiar pero muy eficaz.

La obra finaliza en el XIX y cristaliza en el XX. Surge esa Europa renovada bajo el manto del liberalismo, que aún persiste. Un liberalismo que promete libertad de movimiento de recursos y de bienes de producción, de bienes de capital y de personas. Una promesa incumplida de ese liberalismo a medias, que hemos conocido bien en nuestro país ya que determina nuestra identidad en el imaginario nacional. Una parte muy importante de los márgenes de Europa migraba.

Y, no obstante, es el momento de máxima expansión y conquista, de saqueo, dominación territorial y cultural, y masacres de toda índole llevadas a cabo por los gobiernos europeos en Asia y África, cuyos choques y tensiones terminaron en una guerra interna de reparto colonial, devenida mundial. Es el tiempo de la consolidación del nacionalismo -y sus consecuencias las conocemos bien-.

En la batalla pensaré.

En la batalla pensaré.

Hoy Europa muestra una imagen orgullosa de Unión, premio Nobel de la paz incluido. Aun así, las grietas no dejan de asomar. La actual crisis económica y su modo de resolverlo es el ejemplo más conocido. Pero no es el único. Esa promesa liberal de movimiento y desplazamiento sin restricciones no tiene lugar en esta Comunidad. El principal debate sobre la integración de los territorios de los Balcanes y los Cárpatos, por ejemplo, pasa por la posibilidad de dar vía franca a las poblaciones gitanas para desplazarse por Europa, un otro indeseable interno. Otro tanto para Turquía, nexo entre el continente y los países de Oriente Medio.

Hay quien diría que, a grandísimos rasgos, estamos ante dos Europas diferentes: la humanista devenida liberal y moderna, con promesas de fraternidad universal, y otra imperialista, racista, devastadora y genocida. Que ambas imágenes hayan coexistido en el tiempo y el espacio -en especial en ese camino que va entre la revolución francesa y la Segunda Guerra Mundial- debería hacernos reflexionar si no estamos ante dos caras de la misma moneda.

Otros indeseables

Lo llamativo es que muchos de los movimientos migratorios –en los que se basa el Otro construido por Europa- se producen entre las ex colonias y sus antiguas metrópolis. Una de ellas es Siria. Cuando hablamos de lo que sucede allí, el término que suele usarse es “guerra civil” sin saber bien qué es lo que está pasando ni por qué. Con todos los reparos al intentar sintetizar un tema muy complejo, lo que acontece en Siria, ante todo, es una rebelión civil devenida en un enfrentamiento directo y armado con -en principio- el gobierno de Bashar Al Assad, que lleva 15 años en el poder. Al Assad heredó su cargo de su padre, quien gobernó desde 1971 hasta su muerte en el año 2000. Una especie de dictadura hereditaria con su consabida fachada democrática. Sin ser homogéneos, la mayoría de los diversos grupos opositores y milicias rebeldes claman por reivindicaciones sociales y políticas elementales en un contexto de falta de libertades, pobreza y corrupción. Una Siria, por otro lado, a contramano de las caricaturas occidentales, caracterizada por una tradición laica muy fuerte. Como ejemplo, puede señalarse que allí no rige ninguna obligación de velo islámico. Ahora bien, con la prohibición básica de cualquier tipo de oposición organizada al régimen, expresada en un sistema de partido único y en la postergación de millones de personas, es lógico que los movimientos que conmovieron a la región en 2011 tuvieran su manifestación allí.

Capitán Frío.

Capitán Frío.

Como respuesta el gobierno sirio emprendió una guerra criminal contra su pueblo, con armas químicas incluidas, amparado por el apoyo que aún recibe de Irán y -sobre todo- de Rusia. Al mismo tiempo, el supuesto apoyo de EEUU a los denominados “rebeldes” se traduce en una serie de bombardeos selectivos que sólo persiguen intereses propios. La cuestión se agrava por la intromisión del denominado Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), que mantiene ocupada una parte de Irak y se expandió al territorio sirio. Esta organización fundamentalista intenta reconstruir un supuesto califato histórico, y torna el panorama mucho más sangriento y complejo. ISIS es combatida, por diferentes motivos, por el resto de los actores en disputa y resulta la excusa perfecta de Al Assad, Rusia y EEUU para legitimar su intromisión.

Sin embargo la verdadera resistencia se sigue jugando en las milicias que resisten tanto al fuego del gobierno de Al Assad como el de ISIS, además de convertirse en daños colaterales de la intervención de terceros países. La resistencia kurda (una de las minorías sirias), que con ejércitos liderados por mujeres, lograron impedir la ocupación de sus territorios, son un gran ejemplo. Quizás, entonces, la expresión “Revolución Siria” sea la apropiada.

En este contexto se encuentra la gran mayoría de la población siria. De esto estamos hablando cuando vemos personas corriendo en los controles fronterizos, desesperadas por hacerse al mar, aunque allí la muerte los espere. Así como las imágenes hablan, también lo hacen los números. En 4 años de conflicto, sobre una población inicial de 23 millones de personas más de 4 millones han huido del país y 7.6 millones han sufrido desplazamientos internos. Contar los muertos es tarea imposible por el cerrojo que se mantiene en el país. La ONU estima más de 300 mil personas, advirtiendo que la cifra real era seguramente más grande. La mitad de los muertos eran civiles y, entre ellos, los niños, los Aylán, superaban los 10 mil. Además de una generación de 2 millones de niños creciendo en este marco.

¿Qué deberían hacer las llamadas potencias occidentales? Éste es un punto escabroso sobre el cual no tengo ni siquiera un atisbo de respuesta. El peligro ya no reside solamente en EEUU y la OTAN, sino que Rusia está utilizando Siria y la guerra contra ISIS como su propio escenario de reconstrucción de poder y disputa de hegemonía. Hay quienes afirman, desde un supuesto discurso antiimperialista, que se trata de un freno a EEUU y lo celebran. Pero las intervenciones militares de potencias extranjeras, vengan de donde vengan, no hacen más que agravar el problema en función de intereses facciosos y de continuidades pseudo-coloniales.

La fuerza y el cariño.

La fuerza y el cariño.

Pero sí asoma una certeza: la discusión sobre acoger o no refugiados ante este panorama debería resultarnos ridícula, en nombre de lo que sea. Allí hay una punta de acción que Europa se niega a asimilar del todo.

Sin ir más lejos, noviembre inicia con las imágenes de 80000 personas atravesando a pie Eslovenia. El activista cuyo seudónimo en las redes sociales es “Hilo Rojo” reflexionó al respecto en su cuenta de Facebook: “La crisis humanitaria se ha agravado desde que Rusia inició sus bombardeos sobre la población civil en Siria. Mientras un brazo de la pinza aprieta en los barrios de Siria, la ‘Europa fortaleza’ de fronteras cerradas y alambres de púas forma el otro brazo que aprieta hasta asfixiar a miles y miles de seres humanos. Porque son eso, seres humanos. Nunca se olviden”.

Quizás podamos comprender, como hemos visto, por qué Europa reacciona cómo reacciona en función de su propia historia. Pero hay una urgencia elemental, básica, vital y humana. No alcanza con ser espectadores del dolor o profetas de la indignación moral. Allí donde el cuerpo es vulnerado, sobran las palabras. Y si quienes tienen las herramientas para reaccionar no lo hacen, entonces nada ha cambiado en verdad y la moneda sigue cayendo del lado más funesto.

Imágenes: Blop Canelada.

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