Subsidio, prejuicio e identidad de género
¿Qué tipo de reacciones produjo el proyecto de María Rachid? ¿Cómo se procesó a nivel social la posibilidad de otorgar un subsidio a los miembros de la comunidad trans? Bruno Bazán pone en cuestión los enfoques y prejuicios con los que se abordó esta cuestión, y pone de manifiesto hasta qué punto aún subsiste la negación de las sexualidades disidentes.
Recientemente se desató una polémica sobre el proyecto presentado por la diputada María Rachid en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para otorgar un subsidio a miembros de la comunidad trans mayores de cuarenta años. Como sucede con la mayoría de los asuntos importantes que se presentan bajo el rótulo de “tema del día” en los medios nacionales, el debate terminó siendo tan sólo una cadena de discusiones y malos entendidos en donde se pudo ver, en este caso, cuánto nos falta como sociedad para una aceptación real de las sexualidades disidentes.
Batalla cultural.
En primer lugar es necesario hacer algunas aclaraciones frías sobre el asunto, el tipo de aclaración que los prejuicios y los tiempos de los medios no permiten. En la actualidad existen dos proyectos de naturalezas similares pero no idénticos en la república Argentina. El primero es de la legisladora por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires María Rachid (Frente para la Victoria), que fue presentado en el 2012 y, caso de ser aprobado, regiría solamente en la capital de nuestro país. En el mismo se fija un monto bajo la categoría de subsidio para personas trans que superen los cuarenta años. La legisladora explicó claramente que los ocho mil pesos que trascendieron es el resultado de un cálculo técnico, un monto no estipulado por el proyecto, y que de tratarse en las comisiones pertinentes sería modificado y homologado con otros subsidios vigentes en Capital Federal. Si lo que más horroriza es la cantidad de dinero ya podemos tranquilizarnos.
Teniendo en cuenta la lamentable realidad de la comunidad trans femenina, cuyo promedio de vida es de aproximadamente cuarenta años, no estamos hablando de un subsidio al cual aplicarían miles de personas; en capital se prevé que apenas doscientas personas podrían recibirlo. Por otro lado, existe un segundo proyecto presentado en el transcurso de este año por la diputada nacional Diana Conti (también del Frente para la Victoria), realizado por organizaciones trans como ALITT (Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual), MAL (Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación) y la ONG Abosex (Abogadxs por los Derechos Sexuales). Este proyecto sí tiene alcance nacional y se presenta como una reparación histórica para aquellas personas que han sido víctimas de violencia institucional por motivo de su identidad de género. Ser travesti e ir caer en cana es una unidad tan común y legislada por nuestra sociedad como ser niño/a e ir a la escuela.
Además de estos proyectos existen diversas propuestas a lo largo y ancho del país que buscan generar mejores condiciones de vida para la comunidad trans que no tienen que ver con el subsidio. Un ejemplo es el proyecto de Ley de cupo laboral para personas trans presentado por Hombres Trans Argentinos en la provincia de Córdoba.
Discutir sobre los dos proyectos presentados podría habernos llevado a pensar la diferencia entre dar subsidios y generar fuentes genuinas de trabajo. En general, ambos proyectos son motivos válidos para revisar la forma en la que la diferencia se garantiza por “cupos” en las instituciones estatales, y cuáles son los beneficios y los límites de este modo de legislar. Estos y muchos otros puntos importantes para todos los ciudadanos se han escapado durante la polémica, porque polemizar no es debatir ni mucho menos dialogar.
Resumen de noticias.
El “humor” progresista
De entre las infinitas repercusiones que produjo el proyecto presentado por Rachid me gustaría detenerme en dos tipos de reacciones negativas, sin prestar especial atención a quién dijo qué ni a qué partido, agrupación o gremio pertenece. Si hay algo que los miembros de la comunidad LGBT sabemos por experiencia propia es que la discriminación por identidad sexual y género, en mayor o menor medida, está en todos y cada uno de los espacios sociales que nos toca transitar en nuestro día a día.
Muchas reacciones en contra del proyecto partieron del desconocimiento liso y llano respecto a quiénes son miembros de la comunidad trans, cómo viven y cuáles son sus historias. El inconveniente principal es que de estos sólo sabemos aquello que nos molesta al posar velozmente la mirada sobre sus cuerpos. Molesta el cuerpo vestido de un modo incorrecto, por lo menos en atención a lo que nos han enseñado. Molesta el cuerpo trans porque nos muestra que hay personas que niegan las pautas establecidas por todo el sistema de la cultura, ese mismo sistema que en varios momentos de nuestras vidas nos ha hecho daño y nos ha mostrado un límite a nuestros deseos, un límite que quizá no podemos superar.
Como hacen los tiranos más miserables olvidamos que ya hemos hecho ley e institución nuestro rechazo a esta expresión de género. La historia de la comunidad trans es la historia de una condena por un delito que nadie ha cometido, aunque sea ésta una verdad que nos tomó décadas entender. Evitamos reflexionar sobre la relación necesaria que establecemos en nuestra mente entre los trans y la prostitución. Albergamos la creencia de que la noche es su elección, su gusto y su destino, y nos contentamos con no pensar más en el asunto.
La vida de despierto.
Existe otro tipo de reacción que me genera particular molestia porque representa una forma más sutil de violencia pero no por ello menos perjudicial. En este caso, no se trata del fruto de la ignorancia en relación con la realidad de la comunidad. Entre los/las ciudadanos siempre informados sobre los discursos políticamente correctos con respecto a este tema he encontrado el humor. El humor en una de esas formas más retorcidas que sirve para no decir nada que no se quiere decir aunque lo esperable políticamente sería decirlo.
Se emplea el humor como forma de ocultar que, aun a sabiendas del discurso progresista, todavía no se acepta a los/las transgéneros y transexuales como iguales, como ciudadanos pares. Las mismas personas que tienen un acceso a la cultura tal que les permite desarrollar el lenguaje de la sensibilidad y los mecanismos de expresión y protesta por cualquier injusticia del mundo no se expresan a favor ni en contra de los subsidios para la comunidad trans. La transfobia se hace silencio y humor en iguales proporciones.
Un ejemplo: la empatía que demuestra el ciudadano heterosexual argentino progresista ante la desidia del Estado para regular la situación de los perros callejeros, montando fuertes campañas de sensibilización, búsqueda de hogares y denuncia sobre cualquier tipo de abuso, no está presente en la polémica generada por este proyecto. Si bien no es posible ni preferible establecer una jerarquía de asuntos sociales relevantes, creo que es importante tener presente cuáles son las cosas que nos importan como comunidad, y cuáles no.
Lejos de encontrar empatía, en el caso del subsidio para la comunidad trans encontramos una serie de ingeniosos chistes, juegos de palabras e imágenes ridículas. Incluso estos chistes versan sobre cómo aquellos sectores más retrógrados tratan el asunto, porque no hay nada más progresista que reírse del conservador. El humor en sí mismo no es pernicioso y probablemente ninguna sociedad pueda demarcar cuáles son sus límites precisos. Aun así, en este caso en particular se usa como una forma más de invisivilizacion de una realidad dura para un grupo específico de seres humanos.
Creo que, en caso de darse un debate parlamentario sobre leyes a favor de la comunidad trans, muchos reproductores de discursos progresistas estarían en contra o se llamarían a silencio, muchos más de los que pensamos. Una cosa es aceptar que la comunidad LGBT participe como una “secretaría de diversidad” en cada uno de los partidos políticos de nuestro país, y otra muy distinta es pensar cuánto del dinero de toda la sociedad tiene o debe ir destinado a un sector que aún no se entiende como parte genuina de aquella.
Niños del hombre.
El discurso de aceptación muchas veces se detiene ante la concreta tendencia egoísta y conservadora de nuestra sociedad, esa que induce a que siempre que se hable de dinero, antes de saber bien para qué o quién, surja la pregunta: “¿Y para mí cuánto hay?”.
El trabajo por la igualdad real de la comunidad trans necesita, como el resto de los asuntos urgentes e importantes, seriedad. La seriedad de saber cómo referirnos al tema; la seriedad de entender de qué estamos hablando. La seriedad que se tiene cuando hay vidas humanas de por medio. El hecho de que no hayamos llegado a dar un debate serio sobre subsidios ni sobre condiciones laborales dignas es una alerta para la comunidad LGBT en particular y para la comunidad democrática argentina en general. La transfobia está inscripta en nuestra cultura y tenemos todavía un largo camino por recorrer.
La negación de la negación
Finalmente, creo que la figura de subsidio o de reparación histórica no es lo mejor que el Estado argentino puede hacer por la comunidad trans. En este sentido, el camino deseable es generar fuentes de trabajos dignas e inclusión en todos los ámbitos laborales, y junto con ello hacer de la escuela una institución en donde la educación sexual integral con perspectiva de género sea un punto de partida de todas las asignaturas y no meramente un taller de profilaxis.
A favor del proyecto presentado en el 2012 para la capital de nuestro país debe decirse que por su forma y sencillez tiene como posibilidad la rapidez de ejecución que los miembros de la comunidad trans necesitan. Ni este proyecto ni la reparación histórica para víctimas de violencia policial por su identidad de género entrarían en contradicción con otras formas más complejas y profundas de inclusión.
La retirada.
Pensar que la comunidad trans va a volverse dependiente de un subsidio y que sus miembros van a esperar a llegar a los cuarenta años para cobrarlo sin hacer nada más es un argumento que va en la misma línea de aquellos que afirman que las mujeres se embarazan solamente para cobrar la asignación universal por hijo.
Por ello, negarse al subsidio sin más significa no reconocer la situación de absoluta vulnerabilidad de los ciudadanos/as trans mayores es producto de la primera y gran negación que como sociedad hemos aplicado de modo sistemático sobre sus identidades de género.
Imágenes: Paula Robles Ávalos.
