Tucumán: violencia y derrumbe del sistema electoral

¿Qué nos han dejado los comicios del domingo pasado? ¿Cómo podemos interpretar el sentido profundo de las movilizaciones posteriores? Horacio Baca y Manuel Martínez Novillo repasan los episodios de una semana conflictiva, y reflexionan en torno a la crisis de las prácticas políticas y electorales en la provincia.

La noche del pasado 23 de agosto cerró una jornada electoral sumamente violenta y cuestionada. José Alperovich empezó a concluir su ciclo entre el desconcierto y el descontrol provocados –por comisión u omisión- desde el Gobierno. Hubo un puñado de noches terribles a finales del 2013 en medio de los saqueos. A comienzos de este año, muchos habitantes del interior de Tucumán perdieron todo bajo la lluvia por razones de “fuerza mayor”. Esta vez, con las calles vacías, la victoria electoral fue celebrada en la Casa de Gobierno como una fiesta vip para los candidatos –provinciales y nacionales-, sus familias y algunos ayudantes cercanos, mientras los electores en sus casas no entendían siquiera si ya había verdaderas cifras oficiales.

Hijos del siglo.

Hijos del siglo.

Aproximadamente a las once y media de la noche, el candidato oficialista a la gobernación Juan Manzur salió por los medios –escoltado por Alperovich y el presidenciable Daniel Scioli- a decir sin convicción que su fórmula estaba ganando. Su discurso inestable pareció dirigido exclusivamente a Scioli, que llevaba casi cuatro horas en Tucumán sin tener una idea clara de lo que pasaba. El noticiero de Canal Ocho resaltó la incomodidad de los supuestos vencedores. Y, casi como tomando nota de ello al volver al escenario, los candidatos oficialistas sonrieron y sostuvieron que el asunto era “irreversible”. A esa misma hora, cerca de las una y media de la madrugada, la mayoría de los fiscales y las autoridades de mesa, retrasadísimos por el arcaico sistema de votación, recién terminaban de cerrar sus urnas. Evidentemente la gente les creyó más a sus familiares y amigos -aún involucrados en los comicios- que a los presuntos ganadores: nadie sintió que debía salir a festejar.

Expresiones colectivas

Y llegó el lunes. Los tucumanos comenzaron la semana sin saber quién había resultado electo gobernador de la provincia, e intercambiando anécdotas y episodios de la jornada funesta que vivieron en primera persona el día anterior. Los comicios del domingo habían puesto de manifiesto lo peor de las prácticas electorales locales, que esta vez funcionaron al descubierto y con una magnitud inédita. Todos estuvieron en contacto con esas prácticas en el pasado, pero hubo algo en estas elecciones que superó cualquier cosa antes vista. A ello se sumó la violencia contra gendarmes y periodistas, la detención ilegítima de militantes –que en el caso de José Kobak aún persiste- y la quema de decenas de urnas. Es preciso recordar el clima de esa mañana de lunes para poder interpretar mejor lo que sucedería a la noche.

La casa en el bosque.

La casa en el bosque.

La gente que inundó Plaza Independencia no marchó sólo a partir de las denuncias de fraude. Es obvio que las distintas irregularidades que circularon por las redes sociales y el boca a boca, sean éstas apócrifas o fidedignas, funcionaron como un detonante. Pero la movilización del lunes implicó muchas más cosas, y nos sorprendió a todos. Creemos que sus raíces van más allá del carnaval de clientelismo, aparato y violencia que presenciamos el domingo. Reducir esta expresión genuinamente colectiva a una serie de intereses partidarios (que seguramente existieron) o al malestar de la clase media es un reflejo típico de aquellos que creen que la lucha es parte de su patrimonio histórico personal. No puede sorprendernos: los rebeldes de antaño ocuparon un rol esencialmente pasivo frente a las movilizaciones de los últimos años, disfrazando en la reflexión intelectual sus nuevos modales perpetuadores y, por ello, conservadores. Su ausencia pasó desapercibida en una plaza llena de personas de todo tipo que sentían la necesidad de expresar que se había cruzado un límite. Fue entonces cuando se desató la represión.

Hay algo de otra época en las imágenes de la policía desalojando plazas por la fuerza. Las balas de goma, el gas y la montada expresan una violencia pre-verbal que acaso nunca cesó en Tucumán. La noche del lunes descolocó el relato de muchos defensores del Gobierno, que buscaron el modo de relativizar –a través de un repudio formal y tibio- la virulencia de las fuerzas policiales. Los medios oficiales ocultaron la movilización, y luego barajaron la intervención de los villanos de siempre, como el grupo Clarín. Si uno recortara la última semana, pocas cosas distinguirían estos discursos de una construcción fascista clásica: el gigante y difuso enemigo conspira contra los intereses de la patria, y por eso es legítimo reprimirlo.

Economía política.

Economía política.

Como si fuera poco, Alperovich habló de autonomía policial en una provincia que él gobierna desde el mayor verticalismo. Sólo un hombre que maneja todo el poder puede decir algo semejante sin que implique una debilidad inmediata y fatal. La movilización se reiteró los días siguientes, y la notoriedad nacional de la “situación tucumana” garantizó de algún modo la seguridad de los protestantes. El destino de estas tensiones es incierto, como es incierta la resolución que adoptará la Junta Electoral respecto de las denuncias de irregularidades que se formularon esta semana. Pero hay temas de fondo que han tocado la superficie, y cuya importancia puede exceder incluso el resultado de los comicios del 23 de agosto.

La guerra electoral

El llamado sistema de acoples está previsto en el inciso 12º del artículo 43 de la Constitución Provincial, cuyo texto fue sancionado en el año 2006 con una abrumadora mayoría del alperovichismo. La ley mediante la que se convocó la Convención Constituyente establecía expresamente una prohibición: no podía retornarse a la Ley de Lemas. Con ésta, derogada en el 2004 a instancias del propio oficialismo, se habían llegado a celebrar comicios con más de 45.000 postulantes distribuidos en casi 3.000 sublemas.

Las elecciones que vivimos el domingo pasado no fueron muy distintas: se presentaron 25.428 candidatos divididos en 503 fuerzas políticas. Todos los argumentos que valían contra la Ley de Lemas pueden reiterarse respecto de los acoples, a los que Leonardo García llamó “neolemas”. Como señala Álvaro Aurane, ni siquiera los sistemas pluripartidistas llegan a tener más de 20 fuerzas en una elección, por lo que “la desnaturalización es tal que, en rigor, no hay forma conocida de nombrar el régimen electoral tucumano”.

Fuego amigo.

Fuego amigo.

Hubo una confusión compartida por los electores, las autoridades de mesa y los fiscales este último domingo. El cuarto oscuro, plagado de boletas indistinguibles, imprimió una sensación de caos en casi todos los votantes. Al final del día, los acoples terminaron develando algo repugnante en la política local que quizá aún no fue comprendido por completo. No se trata solamente del modo en el que se explicitó la ambición desmedida de los dirigentes, que en algunos casos participaron de los comicios como si estos fueran un casino. Tampoco se circunscribe la estafa a las dimensiones brutales del clientelismo, del que abusaron casi todas las fuerzas políticas (aunque, según Federico Türpe, el oficialismo habría repartido diez veces más bolsones que sus competidores). Pensamos en realidad que estas variables, que existen hace mucho tiempo, fueron amplificadas al infinito por los acoples.

Noche árabes.

Nuevas noches árabes.

En este sistema, las distintas boletas son militadas y trabajadas por punteros y dirigentes territoriales en función del interés de cada uno. Llegar a la Legislatura o al Concejo Deliberante merece mucha más dedicación que un puestito en una dependencia estatal, y eso se nota en el despliegue de los aspirantes. Pero no son estos los únicos beneficiarios del voto, y de hecho el sistema los obliga estructuralmente a devorarse entre sí. El candidato al que se acoplan es el que verdaderamente aprovecha estos esfuerzos, siendo traccionado no ya por un aparato gigante y unívoco, sino por una multiplicidad de pequeños y medianos aparatos que funcionan sobre la miseria y la necesidad de la población. Como sostiene Juan Rovere, “los acoples buscan que hasta el último puntero barrial tenga interés económico en trabajar la elección. Una gran parte de los incidentes del 23 de agosto no sucedieron en las escuelas, sino en los barrios donde los diferentes punteros competían por llevar a su gente”. Así, quien maneja un mayor número de acoples con más cantidad de dinero se beneficia de un caudal de votos que en modo alguno se relaciona con su plataforma o siquiera su perfil público.

El pez en el agua.

El día del chacal.

En esta guerra electoral, el contenido de la voluntad popular se diluye irremediablemente. En palabras de Aurane, “todos los acoples suman hacia arriba, es decir, tributan los votos en favor de la fórmula de gobernador y vicegobernador”. Ello, junto al clientelismo característico de la región, produce una cuasi-plutocracia donde aquel que puede derramar más recursos sobre los distintos acoples adquiere una ventaja decisiva en el resultado de la elección. Es por esto que los dirigentes de mayor calibre se muestran indiferentes hacia las estrategias de sus acoplados, lo que promovió el descontrol y la violencia en una provincia donde veinticinco mil personas disputaron, en la calle y por todos los medios, su futuro político.

Una exigencia común

Se ha sostenido durante la semana que las marchas en Plaza Independencia constituyen un ataque a la democracia. Esta posición supone que la voluntad popular ya se expresó, y que la legitimidad de las manifestaciones encuentra su límite en la expresión misma. Pensamos que quienes así opinan están equivocados o, en el peor de los casos, parten de un enfoque malintencionado. La protesta frente al profundo deterioro de los comicios no debilita la democracia, sino que la fortalece.

Propuesta y adoptada.

Propuesta y adoptada.

Es altamente probable que Juan Manzur ya sea el gobernador electo de Tucumán. Poco sentido tiene negarlo. Ahora bien, las movilizaciones de esta semana no son un ejercicio catártico sin mayores consecuencias. Todo lo contrario: han traído a la luz la erosión del sistema político en la provincia, y han establecido un límite muy concreto a la discrecionalidad con la que se venían manejando los asuntos públicos. Basta pensar en que el candidato del oficialismo, invisibilizado tras la figura del gobernador y ausente de los debates previos a los comicios, se vio obligado a dar explicaciones en los medios nacionales luego de las protestas. Ése dato en sí ya significa algo. Toca trabajar sobre el diagnóstico más evidente de estos días, que indica el inequívoco derrumbe de nuestro sistema electoral y demanda su alteración. Es una exigencia que compartimos todos. Como si hubiéramos dicho, juntos, que la política en Tucumán no puede seguir siendo una fiesta privada en la Casa de Gobierno a las tres de la mañana.

Colaboró en esta nota Atilio Boggiatto.

Imágenes: Agustín Encinar y Eduardo Naval.

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