¿Cómo operó Alperovich frente a la nulidad de los comicios? ¿Qué puede decirse del modo en que el gobernador enfrentó la crisis de estos meses? Manuel Martínez Novillo piensa, a partir de la polémica judicial y política que se desató luego del 23-8, en la mentira y el desconcierto como estrategias.

En el curso de las semanas que siguieron a las elecciones del 23 agosto en Tucumán, el gobernador José Alperovich se lució con sus acciones y declaraciones públicas. Apenas se supo que el Acuerdo para el Bicentenario iba a demandar por fraude a la Provincia, él afirmó que iba a acatar el fallo de la Justicia. Acaso envalentonado por esa solvencia y humildad, se permitió decir que no podía achacársele nada al Frente para la Victoria porque “bolsones habían repartido todos”. Sin embargo, cuando sus dichos fueron usados por la Cámara en lo Contencioso Administrativo como pruebas para resolver la anulación de los comicios se escandalizó y perdió la calma. Denunció un “golpe judicial”, y se hizo presente en la plaza donde se congregaba la gente para recordarnos que los peronistas no son “mansos”. Su comportamiento liberó definitivamente la agresividad de algunos militantes que habían empezado a acusar a los jueces de traidores y sediciosos y, viéndolo a la distancia, se trató de un acto verdaderamente inadmisible por parte del máximo mandatario de una provincia que está viviendo una crisis política profunda. Al final, cuando la Corte Suprema de Tucumán le dio la razón y revocó la sentencia, el gobernador festejó la decisión de la misma institución que, días antes, había buscado presuntamente sacarlo de forma ilegal del poder.

Transiberiano.

Prosa del Transiberiano.

Álvaro José Aurane fue el único analista político que le prestó verdadera atención a estos desvaríos de Alperovich. En su columna del sábado 19 de septiembre (un día antes de la resolución de la Corte) en La Gaceta, el periodista dejó entrever un posible sentido para ese teatro: puede que Alperovich haya percibido la carta ganadora de esta pulseada en el fantasma de la intervención federal. Aurane acertó: el gobernador venía usando esa martingala magistralmente. Con la ayuda de muchos funcionarios y dirigentes, se empeñó en hacerle creer al pueblo tucumano que la intervención federal es una especie de represalia constitucional que el Ejecutivo Nacional utiliza para castigar a una comunidad entera por el mal proceder de unos pocos irresponsables. El diputado nacional Carlos Kunkel descolló entre los agitadores del pánico cuando afirmó públicamente que todo este lío se resolvía interviniendo el Poder Judicial. Ante la terrible posibilidad –fogueada desde la voz oficial- de atraer la “langosta federal” y, entre otras cosas, hacerles perder el trabajo a colegas y empleados judiciales, los camaristas Salvador Ruíz y Ebe López Piossek pasaron a ser vistos como los únicos merecedores de ese yugo. Muy pocos dentro de la Justicia se sintieron en la obligación de apoyarlos.

Consecuente con su estrategia, el gobierno no consideró importante clarificar (y Aurane lo nota también) dos cosas que podían resolver este conflicto. En primer lugar, jamás dijeron que la medida cautelar, que le impedía proclamar ganadores a la Junta Electoral, podría haber sido apelada y eventualmente revocada como todo acto judicial en esa instancia. En tal caso, los candidatos electos habrían podido ser ungidos por la Junta y los plazos fácilmente cumplidos. Lo segundo que consideraron menor fue que, incluso si la cautelar no caía –y los candidatos no estaban en condiciones de tomar posesión de sus cargos-, el alperovichismo, teniendo súper mayoría en el Parlamento, podría haber dictado una nueva Ley de Acefalía, algo que la Constitución alperovichista le exige hace años al Poder Legislativo. Esta ley nos habría prevenido de caer en el vacío de poder, ya sea prolongando los mandatos o determinando que el Ejecutivo quede temporalmente a cargo de la Corte Suprema provincial.

Los sabios de Sion.

Los sabios de Sion.

El Gobierno no explicó las posibilidades que tenía. A ojos del pueblo, ni siquiera comenzó las gestiones para apelar la cautelar o impulsar una ley que su mayoría legislativa está obligada a dictar hace nueve años. Esas dos acciones estaban en su poder y habrían evitado de plano la temida intervención federal. En su lugar, el oficialismo sembró el desconcierto y el caos. En ese escenario, la Cámara en lo Contencioso Administrativo llegó a ser sindicada como la responsable no sólo del acoso institucional, sino hasta del deterioro político y el fraude. De este modo, comenzó a sobrevolarnos un discurso que, en aras de evitar los males de un golpismo imaginado, absolvió de todo pecado a la administración dirigida hace doce años por Alperovich. Así, la ciudad amaneció empapelada con los rostros de los camaristas y la casa de la Dra. López Piossek fue apedreada.

Cogiendo mentes

El filósofo inglés Colin McGinn desarrolló un término especial para referirse al comportamiento de las personas que, además de mentirnos y confundirnos intencionalmente con sus dichos, tienen el objetivo de producirnos un desequilibrio emocional: le llamó “mindfucking” (joder o coger mentes). Este concepto surgió a partir de un término más viejo y conocido que también intentaba establecer una distinción conceptual entre la mera mentira y otros comportamientos: la idea de “bullshit” del filósofo Harry G. Frankfurt. Los argentinos diríamos “mandar fruta”, pero Frankfurt lo explica así:

Para mentir es necesario al menos suponer que se conoce la verdad. Para producir “bullshit” eso no hace falta. Cuando alguien habla honestamente, dice sólo lo que cree cierto; y alguien que miente debe necesariamente estar al tanto de que lo que dice es falso. El “bullshiter”, sin embargo, no siente la necesidad de alinearse ni con la verdad ni con la mentira. Los hechos son irrelevantes para él, salvo en cuanto sean pertinentes para decir lo que se le ocurre. No le importa si las cosas que dice describen la realidad correctamente o no. Simplemente las va eligiendo o inventando para usarlas como él quiere (Citado en «Progresismo. El octavo pasajero» de Guillermo Raffo y Gustavo Noriega).

McGinn concibió “mindfucking” para catalogar los casos en los cuales “bullshit” no era suficiente. Se trata de situaciones en las que la intención de los hablantes no es sólo confundir en beneficio propio, sino también provocar una reacción emocional desfavorable en los oyentes.

Amor de primavera.

Amor de primavera.

“Bullshit” se queda algo corto para describir el comportamiento de José Alperovich en estos días. En unas pocas horas el gobernador de Tucumán pasó de respetar solemnemente al Poder Judicial a aborrecerlo hasta las tripas. Cuando la Justicia le dio su alegría le rindió pleitesía. Todo esto mientras les mentía a sus simpatizantes, ofendía y agredía opositores y extorsionaba jueces. El daño que este desvarío sistemático del oficialismo produjo en las instituciones democráticas no es cuantificable; lamentablemente, nos queda pensar que este dato es una prueba más del éxito de la estrategia de Alperovich.

Penas y olvidos

Algunos sentimos que el conflicto acerca de la legitimidad de los comicios del 23 de agosto tuvo un final penoso. Al motivo de nuestro sentimiento recién estamos empezando a entreverlo, pero está muy lejos de ser el triunfo de Juan Manzur. Nosotros no pensamos que el mejor final hubiera sido la anulación de las elecciones, y ni siquiera estamos tan convencidos acerca de la excelencia del fallo de la Cámara. De lo que sí estamos seguros es que los jueces Ruiz y López Piossek fueron los únicos miembros del Estado tucumano que intentaron plantearse un problema de profunda gravedad como son las gigantescas irregularidades que vivimos en las últimas elecciones.

En última instancia, el fallo de la Corte Suprema, que puede haber sido correcto, en términos prácticos no hizo más que volver las cosas al mismo lugar en el que estaban antes del día de la votación. Aun así, el conflicto judicial ha hecho olvidar algo acerca de lo cual casi todos estábamos convencidos (oficialistas, opositores e independientes): los comicios del 23-8 fueron mucho más oscuros que los que vivimos antes. Esta evidencia debió haber sido tomada más en serio por los miembros de los poderes del Estados; probablemente sea ésta la más importante certeza que tenemos hoy.

El Rey Juan.

El Rey Juan.

Ahora, al evaluar la reacción del gobernador frente al fallo original de la Cámara, no puedo evitar relacionarla con el intenso menosprecio (traducido en represión policial) que exhibieron los funcionarios frente a las manifestaciones que siguieron al día de los comicios. En este sentido, pienso que la quizás excesiva (y acaso irresponsable) expectativa que produjo en nosotros la sentencia tiene una causa muy clara: se trató de la única palabra oficial que no intentó “cogernos la mente” y que, por el contrario, se jugó honesta y humanamente por hacerse cargo de un problema. Este gesto merece mucho reconocimiento y respeto.

Alperovich se despide en medio de acusaciones, mentiras, manipulaciones y extorsiones: una gran cantidad de “bullshit”. A pesar de que hacía tiempo que no esperábamos grandes cosas de él, nos entristece tener que decirle adiós en estas penosas circunstancias.

Imágenes: Matías Salvatierra, Atilio Boggiatto y Agustín Encinar.

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