El psicoanálisis en la universidad tucumana

¿Cuáles son las raíces de la enseñanza del psicoanálisis en la UNT? ¿Qué equívocos y desconciertos produjo su incorporación al plan de estudios? Ricardo Gandolfo recuerda la historia de la institucionalización de esta disciplina, y analiza críticamente su actualidad en la vida académica.

La historia de la enseñanza del psicoanálisis en la Universidad Nacional de Tucumán ha tenido derroteros extravagantes y difíciles.

Desde los años ’60, cuando por primera vez se instalaron los pretendidos temas de psicoanálisis en una materia de título ya indicativo, es decir, Psicología Profunda, los equívocos comenzaron a precipitarse. En efecto, el Dr. Andrés Nader, titular de dicha cátedra, había realizado una especialización en Alemania, bajo la enseñanza de Harald Schultz Hencke, un neoanalista cuyo mayor mérito fue vaciar la teoría freudiana en su fundamento más básico: el sentido sexual de los síntomas. Reemplazó esta noción por una tríada de “impulsos”: el valor, el amar y el tener. La tríada señalada volvía a dicha doctrina una especie de psicoterapia reeducativa cuyos nobles propósitos no alcanzaban a disimular la equivocidad de sus objetivos terapéuticos.

Psicoanálisis y universidad.

Impulso analítico.

Durante casi diez años, esto fue lo que se enseñó -bajo el nombre de psicoanálisis- en dicha cátedra. Freud, el fundador de la disciplina, se encontraba tan ausente que en uno de sus programas figuraba como indicación bajo el título de “Obras Completas”, con lo cual era manifiesto el propósito de olvidarlo y reemplazarlo. Se intentó instalar en su lugar una psicoterapia cuya seriedad “alemana” no podía disimular el hecho de que había sido concebida bajo el imperio del nazismo, cuando los analistas judíos emigraron precipitadamente de Alemania y fueron reemplazados por uno de los pocos “arios” que se quedaron en el Instituto de Berlín. Éste era Schultz Hencke.

En 1973, y al amparo de los nuevos vientos que soplaban con aires de democracia revolucionaria, los estudiantes comprendieron que se encontraban frente a una estafa académica. Se produjeron entonces movimientos de repudio que culminaron con la cesantía del Dr. Nader y la renuncia de muchos de sus discípulos de entonces.

Para reemplazar al profesor depuesto, los estudiantes no tuvieron mejor idea que traer a Clara Garfinkel de Espeja, una psicoanalista de la APA cordobesa que, pese a sus buenas intenciones (o quizás precisamente por ellas) habría de aumentar el desconcierto. Mientras los programas de Psicología Profunda tenían abundantes y bien precisas referencias a Freud, la enseñanza de la Profesora de Espeja era decididamente kleiniana con aires de “escuela argentina”, puesto que transcurría por carriles completamente diferentes de lo que anunciaba la bibliografía del programa. No obstante lo cual algunos estudiantes pudieron, quizás por primera vez, conocer textos freudianos.

En 1980, se decidió la reapertura de la carrera de Psicología, que había sido cerrada cuatro años antes por la dictadura militar. La decana de entonces, Olga Doz de Plaza, acudió a numerosas reuniones con el rector de la Universidad, el inefable Dr. Landa. Éste le señaló que era importante para el gobierno de facto de turno que la enseñanza sea lo más variada posible en cuanto a tendencias y escuelas. Se decidió así que la antigua Psicología Profunda pasara a llamarse Psicología Dinámica I, precipitando el equívoco a niveles tragicómicos, y se encargó a la Dra. Blanca Bazzano la conducción de dicha cátedra. Había también en el plan de estudios una Psicología Dinámica II, que perfeccionaría las variantes de la asignatura.

Escuelas y tendencias.

Escuelas y tendencias.

Con un criterio acertado, Blanca Bazzano decidió enseñar Freud directamente, a pesar de la vaguedad en el título de la materia, y se estructuró un programa que -siguiendo los cuatro conceptos fundamentales de Jacques Lacan- recorría la elaboración, por parte de Freud, del inconsciente, la pulsión, la repetición y la transferencia. Pude contribuir a ese programa, ya que en ese momento me fue ofrecido el cargo de Jefe de Trabajos Prácticos en la materia.

Recién con la modificación del Plan de Estudios de 1986 y la realización de los concursos correspondientes, la cátedra pasó a llamarse Psicoanálisis (Freud), mientras Dinámica II se llamaría Psicoanálisis (Escuela Francesa) e incluso se preveía otra cátedra llamada Psicoanálisis (Escuela Inglesa) que jamás fue ocupada a pesar de que algunos profesores poseían un pasado kleiniano que nunca llegaron a reconocer abiertamente.

Ésa podría ser una breve historia del psicoanálisis en el ámbito de la Facultad de Psicología de la UNT. Ahora bien, ¿qué sucede con su especificidad dentro de esta carrera?

En primer lugar, recordemos a Freud cuando afirma que la enseñanza del psicoanálisis en la universidad es posible, pero sólo a título “dogmático-crítico”. Esto significa que esta enseñanza sólo puede constituir una transmisión teórica de los fundamentos de la doctrina sin ocuparse de los aspectos clínicos, y mucho menos, del pasaje a analista del estudiante. Semejante prudencia del fundador del psicoanálisis no ha sido respetada en absoluto por el desarrollo de la carrera de Psicología. Entendámonos: sólo hay tres cátedras destinadas específicamente al psicoanálisis en toda la carrera. Sin embargo, una gran cantidad de las materias restantes han inundado de conceptos analíticos su desarrollo, y esto produce que los estudiantes tengan la engañosa sensación de que en la carrera hay “demasiado” psicoanálisis.

Sin embargo, este psicoanálisis “excesivo” se encuentra tan fragmentado y a veces está colocado en lugares tan insólitos (como por ejemplo en materias como Estrategias de Prevención Psicológica) que su importancia en la carrera se vuelve errática, inespecífica y, lo que es aún peor, termina aplicando el descubrimiento freudiano a áreas del saber que son profundamente resistentes al mismo.

Ciencia joven.

Ciencia joven.

Este despropósito no ha menguado con la reforma del Plan 2012: hay “psicoanálisis de la personalidad” (concepto totalmente desestimado por Freud) o de la “orientación vocacional” (cómo si la recomendación de abstinencia freudiana se hubiera transformado radicalmente), lo que nos lleva a preguntarnos si no se confunde la libertad de cátedra -gran conquista de una universidad democrática- con un eclecticismo desenfrenado que nos lleva a los fundamentos mismos de la ya mencionada “escuela argentina”. Uno de los supuestos claves de esta orientación indica que la psicología es una “ciencia joven”, cuyo desarrollo epistemológico no se ha producido todavía, y cuyo objetivo fundamental es albergar tantas “escuelas” como sea posible a fin de que el estudiante tenga un panorama “amplio” de la supuesta babel que vendría a ser la disciplina. En medio del fárrago de propuestas, el estudiante navega desconcertado y, peor aún, confundido, a pesar de que en primer año se le ha dicho que la psicología es la ciencia de la conducta. Esta definición, propuesta hace más de 100 años por J. B. Watson, acabaría infiltrándose en todas las “escuelas”, sin negar que cada una define la conducta según sus presupuestos.

Pero no nos apresuremos, porque el estudiantado tiene también sus responsabilidades. ¿Qué pasaría si un estudiante de física, por ejemplo, se angustiara porque en su carrera se le enseñan teorías tan contrapuestas como las de Newton, Einstein, Heisenberg o Tycho Brahe? ¿O un estudiante de lingüística cotejara aprensivamente a Saussure y Chomsky? ¿O un estudiante avanzado de sociología comparase, trémulo, las teorías de Marx y de Durkheim?

Como nada de esto sucede, debemos concluir que los estudiantes de psicología, que se quejan muchas veces de una supuesta falta de unidad de la disciplina, desconocen, en el mejor de los casos, su historia crítica y, en el peor, no tienen mucho interés en una ciencia que ha alcanzado su madurez hace ya mucho tiempo.

Más allá de estas consideraciones, el lugar del psicoanálisis en la carrera es equívoco.

Si pensamos en Lacan, quien ha negado que el psicoanálisis sea una ciencia para definirlo como una praxis o un tratamiento de lo real por lo simbólico, y ponemos en relación esta idea con su extensión enloquecida en la carrera de Psicologia, veremos que lo más grave es que muchos cultores del psicoanálisis en nuestra ciudad ignoran su posición en el panorama de los discursos contemporáneos. Peor aún: creen que esta praxis vale para todo, cuando su especificidad es muy precisa y, a la vez, contundente.

La cura de la palabra.

La cura de la palabra.

Como ha afirmado Oscar Masotta, el psicoanálisis no sólo debe ser estudiado y practicado, también debe transmitirse. Esto conduce al problema de la formación analítica; un problema cuya consideración resulta absolutamente imposible en la universidad. Y esto es así no sólo por su carácter de subversión intelectual y su poder de despejar lo que otros discursos vendrían a velar o ignorar, sino sobre todo por el modo de trasformación subjetiva que alienta en sus participantes.

Que el psicoanálisis exista en la carrera de Psicología es un oxímoron, algo así como decir “firme blandura”. Que se tolere este oxímoron no quiere decir que su presencia sea deseada. Y esto, en verdad, es una ventaja para el psicoanálisis mismo. Como un gusto personal, preferiría que el psicoanálisis se encontrara en los últimos años de la carrera, donde tendría la ventaja de contribuir menos a la confusión reinante y podría enseñarse con mayor precisión.

En última instancia, en la formación del psicoanalista la universidad sólo puede aportar una pequeña parte, que es el saber acumulado, referencial, con citas, bibliografía, exámenes y evaluaciones. Este saber es totalmente paradojal en la formación pensada por Freud, ya que -como sabemos- no se toman examenes ni evaluaciones en la formación que se realiza en las instituciones psicoanalíticas, sino que ella descansa en el trípode definido por su fundador, a saber: cursos, análisis personal y control de los casos del practicante. Y habría que agregar una cuarta condición, ya para el analista devenido del analizante, que es la participación singular en la Escuela, producto de las enseñanzas de Lacan. Como lo ha indicado Jacques-Alain Miller, para Lacan la formación analítica revestía otras características. Era el Seminario, una práctica singular que mostraba a Lacan con sus dudas, su lucha contra un real (el del sujeto) que no se dejaba atrapar fácilmente en las fórmulas y conceptos bien articulados de los que la universidad hace gala fácilmente. Por el contrario, la dispersión del psicoanálisis en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Tucumán muestra a las claras que no es más que un tema de la carrera (como pueden serlo los tests, la prevención psicológica o el desarrollo de las técnicas de psicoterapia más variadas) y que, como tal, su contribución a un conocimiento preciso de esta praxis es, ante todo, insuficiente.

Imágenes: Sebastián García Scheuschner.

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