Entrevista a Pablo Iván Ríos: La pintura, el público y el arte abierto

¿Qué obsesiona a un artista? ¿En qué medida los espectadores, los circuitos de legitimación y los galardones influyen en el rumbo de su obra? El pintor tucumano Pablo Iván Ríos (1970) conversa con Raúl E. Sendín y reflexiona sobre el lenguaje universal de la pintura, habla sobre su singular método de creación y nos muestra un mundo posible para los artistas que quieren hacer algo propio e innovador. Todo con una sinceridad y una claridad muy poco comunes en un entrevistado, lo que hace de esta charla un evento imperdible.   

Me subo a mi bici y llego a una casa del barrio Sur que, además de hogar, hace las veces de atelier. La casa, amplia y marrón, está al lado de una verdulería y al frente de la Facultad de Ciencias Naturales sobre la calle Miguel Lillo. La entrevista, finalmente, no sólo sucede entre Iván y yo, ya que a medida que vamos conversando distintas personas entran y salen, van y vienen por entre las mesas del taller. Varios artistas, un arqueólogo, dos alumnos de Iván y un carnicero que quiere averiguar “a qué hora es que juegan a la pelota”.

Unas cuantas horas de charla me confirman lo que sospecho. Pablo Iván Ríos, este hombre de cuarenta y largos años, licenciado en Artes de la Universidad Nacional de Tucumán, ganador de dos medallas (bronce en 2015 y plata en 2016) en el Salón de las Bellas Artes del Louvre, y al que conocí -a través de su obra- en una modesta muestra provincial tucumana, es un genio. Y no soy de decir esto a la ligera, suelo reservarme el término sólo para aquellos que lo sepan demostrar.

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Y aunque esto de la genialidad probablemente a él no le importe, a nosotros tal vez debería. Si no podríamos correr el riesgo de terminar contribuyendo -por falta de interés o miopía- con la larga historia de injusticias perpetradas en el mundo del arte.

A continuación, paso en limpio el resultado de nuestra charla.

Los colectivos de línea, los stormtroopers, los martillos, las rosquetas, las ollas de comida, los R2D2s, ¿qué hay en estos objetos que te obsesionan?

Pablo Iván Ríos: En realidad lo que hay es una historia personal, una historia de una persona que decidió pintar lo que le gusta y no lo que le decían que había que pintar. Una persona que decidió enfrentarse a una sentencia que dice “hay que pintar esto para ser un artista, hay que hacer tal curso porque si no, no sos artista, hay que hacer la clínica, el curso, la residencia”. Yo no creía en eso, yo creía en hacer las cosas que a mí me gustaban desde niño y que me siguen gustando.

A veces pintás tus objetos en solitario y a veces los combinás. ¿De qué depende esta combinación? ¿Responde a alguna lógica en particular?

PIR: En realidad todo es una acumulación de sensaciones, sentimientos y cosas para decir. En algunos momentos necesito aislar el signo y por eso saco todo lo que tiene alrededor, porque en ese momento el signo es más importante. A veces la pintura es más gestual y a veces la pintura es más delicada, y eso tiene que ver con que no soy la misma persona todos los días: me enojo, me rio, me peleo, me divierto… me dejo ganar y a veces no quiero perder. Ese tipo de aristas condicionan que yo tenga cinco o seis frentes en la pintura, entrelazados entre sí por temas que tienen que ver con la resolución de la materia y de la imagen, pero es indudable que en algunas hay un estado de ánimo y en otras hay otro diferente.

Tenés objetos mainstream en tus pinturas y algunos objetos más bien autóctonos, ¿por qué esta diversidad?

RIR: Yo soy un ciudadano del mundo. Nací en Tucumán y tengo mi propia… es como un guiso sazonado acá pero que se puede comer allá: en Groenlandia, en Francia, en Japón, en Australia. No considero que mi pintura esté hecha para ser consumida en Tucumán. La pintura tiene algo hermoso (al igual que la música, la danza, la escultura): la podés hacer acá y puede tocar la cuerda de una persona de otro lugar del mundo. A mí me pasó en Europa. Se me acercó un hombre y me dijo que había vuelto a sentir la pintura como cuando era niño gracias a mis cuadros. Eso lo hace el arte, no lo hago yo. Ésa es una posibilidad de cualquier artista, de cualquier artista que se suelta y está dispuesto a dar lo que tiene adentro, sin poner la razón en demasía para tratar de encajar o quedar bien en un molde.

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Tus fondos son algo brumosos, como si una especie de neblina de rojos, azules o verdes cohesionara a los elementos de tus cuadros y, a veces, hasta invadiéndolos. ¿Cómo los percibís vos?

PIR: En realidad hay una tormenta ahí, pero esa tormenta está pasando. En mi obra siempre hay un “sí”, ya que no es una obra pesimista… todo lo contrario. Para trabajar con el “sí”, trabajo con opuestos. No hago conejitos en un campo floreado, sino que hago una tormenta que está pasando, hago un auto que va hacia el futuro y que va buscando un rosquete que está en el cielo, que va buscando algo inalcanzable, anhelado, algo que parece que te dicen que no, pero que está ahí y lo podés alcanzar. Depende de vos.

¿Pensás en tus receptores a la hora de pintar, en transmitir un mensaje en particular?

PIR: Cuando estoy pintando pienso en varias cosas en cuanto al receptor. Pienso en mí mirando el cuadro de otra persona. Pienso en grandes maestros de la pintura como Frank Frazzeta. Pienso en una pintura inteligente, más que en una pintura bien resuelta. Pienso en una pintura que no trate de acomodarse al molde convencional para quedar bien, y pienso en una pintura que me haga sentir digno.

¿Por qué creés que tus obras tuvieron tan buena recepción en París y afuera del país en general?

PIR: Yo creo que a pesar de lo que te dije al principio -ser un ciudadano del mundo- hay algo latino que tiene mis obras. Y yo no reniego de eso, es parte mía y lo puedo compartir con otra gente. En Francia, cuando me nombraron miembro de la Sociedad de Bellas Artes me dijeron: se postuló tu admisión porque tu pintura tiene algo que nosotros hemos ido perdiendo, y que no tiene nada que ver con la calidad. Tiene que ver con el decir, la pasión, tiene que ver con el no convencionalismo, con la soltura, pero no sólo de la pintura, sino de lo que está adentro que sale como magma de un volcán.

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Siguiendo tu evolución como artista, veo que tu sintaxis pictórica sigue mejorando y que, con tus últimos cuadros “Somos millones y estamos hartos”, encontraste (creo yo) una perfección en la cohesión y coherencia de tus elementos. ¿Qué sigue ahora? ¿Creés que quedan más combinaciones posibles o vas a salir a buscar nuevos elementos?

PIR: La forma de trabajo que tengo yo es ochenta y cinco por ciento en la cabeza y quince sobre la tela. Armo la imagen, separo los signos, pulo el discurso, cambio los colores, todo en la cabeza. Me puede llevar dos o tres semanas preparar una obra. Me voy a dormir y me levanto el otro día con la imagen y luego hago la ejecución. Estoy siempre trabajando, la imagen nunca cesa. Y lo que se mantiene es el discurso: hablar de nosotros en este tiempo y para adelante. Hablar del ser humano, pero no con la tautología de pintarlo, sino que me gusta hablar de algo sin ponerlo. Me gusta hablar de ausentes, me gusta hablar con huellas, me gusta que la pintura la complete el espectador. Dejo muchas cosas abiertas aunque yo en mi cabeza las tengas cerradas. Esto es como un juego de ajedrez y yo siempre trato que al juego lo gane el espectador, pero que le cueste.

¿Qué opinión y qué análisis hacés de que de todo el complejo de la sociedad argentina sea una figura polémica como la de Jorge Rial la que te retuitee? Y, además, que muchas revistas justamente intenten legitimar tu trabajo y tu éxito a partir de sus tuits.

PIR: Vos sabés que me llamó un curador muy importante de Buenos Aires. Un tipo que hace muestras en Roma, en Madrid y me dijo “no puedo creer que un negro de Tucumán haya salteado Buenos Aires y haya conseguido ese premio en Francia” (Medalla de Bronce Salón Nacional de Bellas Artes / Louvre, París en el 2015 y Medalla de Plata Salón Nacional de Bellas Artes / Louvre, París en el 2016). Porque en la idiosincrasia de ellos vos tenés que jugar en Central Norte y de ahí te tiene que comprar San Martín, después te tiene que comprar Banfield, Independiente y River y recién ahí el Real Madrid. Para ellos es como que saltaste de Sportivo Guzmán a jugar la Champions League: es un pecado, una cosa que no puede ser y que no respeta su legitimación. Así que mirá lo que me ocurre a mí: me legitima Jorge Rial, una persona del espectáculo que le gusta el arte. Me parece maravilloso que haya sido así y que no haya sido un tipo de Buenos Aires que tiene una galería y te apunta con el dedo y que te pregunta qué clínica y qué beca te dio el Fondo Nacional de las Artes. No. Yo he podido saltar. Y es posible saltar.

Más obras de Pablo Iván Ríos disponibles en: tukumano.blogspot.com.ar

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