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Las tomas de colegios y la “Escuela del Futuro” | Juan Pablo López Alurralde

Las tomas de colegios y la “Escuela del Futuro”

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¿Por qué hay decenas de colegios tomados en CABA? ¿Qué propone la “Escuela del Futuro” y cuáles son sus puntos más polémicos? Juan Pablo López Alurralde, docente del nivel medio, aborda estas cuestiones de actualidad para vincularlas con las problemáticas generales del sistema educativo argentino.

Más allá de las cíclicas discusiones en torno a la paritaria docente, la modalidad de la educación argentina no es un tema que se presente continua y sustancialmente en la arena de la discusión pública. Por eso, una propuesta como la “Escuela del Futuro”, en lo que es la última reforma educativa del Ministerio de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, vuelve a poner sobre la mesa los debates en torno a los criterios y finalidades de la experiencia educativa.

La propuesta, más que apuntar a los contenidos y asignaturas, se propone repensar las modalidades de enseñanza. No apunta al qué, sino al cómo. Mientras se mantienen el mismo diseño curricular, este cambio se centra en la formación de alumnos capaces y proactivos, con competencias digitales e insertos en dinámicas de trabajo colectivo. Sus impulsores consideran que ésta es la forma en la que debería responderse a los desafíos formativos de un mundo que, con la informática, atraviesa la cuarta revolución industrial.

¿Cuáles son las necesidades más urgentes, y cuáles son los problemas más acuciantes de las instituciones educativas argentinas? Éstas son algunas de las preguntas que inaugura la propuesta. En Capital Federal, son cuestionamientos que cobran un significado especial, pues la última implementación curricular de la escuela media se encuentra todavía a mitad de camino. Vigente desde el año 2013, la NES (Nueva Escuela Secundaria) vino a responder las mismas problemáticas que hoy se intentan atacar con la “Escuela del Futuro”.

Esta última reforma, desordenada y pobremente comunicada por las autoridades, fue filtrada en un primer momento por gremios opositores, quienes presentaron una visión exagerada y parcializada de sus puntos centrales. Acaso la cuestión más discutida fue la implementación de prácticas educativas en contextos laborales. Es decir: pasantías para los alumnos de quinto año.

En el contexto de esta “Escuela del Futuro” se llevó adelante la toma de decenas de colegios de nivel medio. Las tomas fueron decididas en asambleas e impulsadas por los distintos centros de estudiantes. ¿Su justificación? La oposición a la reforma en general y, en particular, a las pasantías laborales que ella vendría a instaurar.

La primera toma se produjo el 29 de agosto en la Escuela de Bellas Artes “Manuel Belgrano”. Al día de la fecha hay aproximadamente treinta colegios tomados.

Bajo el pretexto de permitirle a los jóvenes una experiencia formativa en materia ciudadana y democrática, muchos de los adultos (tanto docentes como padres) se posicionaron a favor de las tomas. Sin embargo, en lo que respecta a una experiencia formativa en contextos laborales (en lo que es uno de los puntos más polémicos de la reforma), se posicionaron en contra. Vaya paradoja.

Es verdad que la “Escuela del Futuro” tiene mucho aún por explicar. Pero el posicionamiento en su contra ha adquirido matices francamente extremos e incomprensibles. Muchos de sus opositores prefiguran, en el sistema de pasantías, lo que en realidad terminaría siendo una política de flexibilización laboral digna de un gobierno “neoliberal” (como el que presuntamente encabeza Mauricio Macri).

Pareciera que los empresarios, además de otros problemas como los que implican los actuales regímenes laborales e impositivos, se encuentran también interesados en torcer el rumbo de la currícula de la Ciudad de Buenos Aires.

Metropolitan.

Metropolitan.

Que cada uno saque sus propias conclusiones. Lo único cierto es que el régimen de pasantías está regulado por la ley de educación nacional sancionada (con pleno consenso) en el año 2006. No debería haber aquí ninguna sorpresa.

La polémica, punto por punto

En las tomas, bajo una atmósfera permisiva que alienta y perdona toda decisión atravesada por el voto, se promueve una incomprensión notoria del ejercicio de la democracia. Sobre todo cuando se vulnera la realización de derechos fundamentales como la educación (para todos los chicos que se posicionaron en contra de las tomas) y del trabajo (respecto de todo el personal de las escuelas tomadas). Cuando el ejercicio democrático avanza sobre los derechos de los demás se convierte en otra cosa. Para ello existe una palabra: demagogia.

Por otro lado, quienes critican la reforma han expresado una y otra vez lo que sería una grave falla metodológica: los estudiantes no fueron consultados. La pregunta es: ¿deberían serlo? Pues bien, nada hubieran perdido los directivos ministeriales comunicando con mayor orden y antelación los contenidos de esta reforma, pero conceder una posición vinculante a las proposiciones del estudiantado (algo que muchos críticos reclaman) nos pone en otro nivel de discusión. Por más nobles que sean las ideas de los estudiantes que movilizaron las tomas, eso no tiene que hacernos perder de vista que, en definitiva, son alumnos y que todas sus buenas intenciones no pueden estar acompañadas de la formación y la experiencia que requiere el diseño de una política educativa. Incluso después de haber escuchado sus ideas quienes deben tomar las decisiones son funcionarios que se formaron para ello y que trabajan de eso. Y punto.

La reforma también es criticada por la reestructuración curricular que propone, en lo que se supone como un avance hacia la eliminación sistemática de contenidos en beneficio de unos pocos espacios curriculares. Ahora bien: lo que en realidad se busca es la articulación de las diferentes asignaturas en “áreas de conocimientos”. Esto permitiría dar un paso adelante hacia la planificación transversal de los contenidos y abriría las puertas, a su vez, a un aprendizaje mucho más significativo.

El supuesto es que los conocimientos no adquieren significado en sí mismos, sino operando en conjunto con muchos otros. Piénsese en cualquier actividad económica basada en conocimientos y se percibirá que el único espacio en el que los contenidos son tratados como si fueran compartimentos estancos son las aulas de nuestras escuelas. No es extraño que los alumnos pierdan interés en las clases si éstas se demuestran incapaces de conectarse con el mundo.

Todo ello no significa que algunas de las impugnaciones a la reforma no hallen razón. Hay escuelas donde faltan cosas tan básicas como tizas y papel higiénico. ¿Es realista suponer que contarán, en un par de meses, con fibra óptica y pantallas digitales? Y más allá de las cuestiones infraestructurales, ¿están a la altura nuestros maestros de un paradigma educativo 2.0? Por sobre todas las cosas: ¿tenemos una política educativa verdaderamente racional y coordinada?

El sistema educativo, en crisis

Sucede que nuestro sistema educativo, dividido en cuatro niveles, falla tanto en devolver al medio económico y social las respuestas que éste necesita como en cultivar las competencias de los estudiantes para transitar exitosamente al medio al que son devueltos. Mientras la población primaria afluye a la educación media con una importante cantidad de alumnos que se ahogan en el mar de repitiencia de los primeros años de la educación secundaria, ésta concluye con un nivel de deserción del 44%.

La situación no es mejor en la Universidad: sólo alrededor de un 30% de los ingresantes logran culminar sus estudios de grado. Y sólo una pequeña minoría de esa minoría logra recibirse en áreas consideradas estratégicas para el desarrollo del país.

Por otro lado, no es que la integralidad de la estructura del sistema educativo falle. La realidad es que ésta ni siquiera existe. Lejos de convertirse en un centro dinámico, el sistema educativo argentino asume la figura de una pirámide desarticulada: no hay en el país una instancia que coordine el planeamiento estratégico de la educación en todos sus niveles con las demandas y necesidades del medio. El Ministerio de Educación hace muchas otras cosas pero no esto.  

Y mientras se diagnostican profundas carencias en el presente del sistema educativo, se avizoran cambios en el medio que terminarán por tumbarla del todo. La explosión de la robótica, que reemplaza nuestros cuerpos, y de la promisoria inteligencia artificial, que hará lo mismo con nuestras mentes, mina los fundamentos de la educación decimonónica y enciclopédica. Una escuela entendida como nodo de distribución de contenidos pierde sentido en un mundo de competencias en el que internet se ha convertido en un reservorio casi infinito de conocimientos.

Nunca jamás.

Nunca jamás.

Con todo esto está claro que, tanto para quienes están a favor como para aquellos que están en contra de la “Escuela del Futuro”, la educación argentina necesita un cambio. Lo que no todos parecen haber pensado (y ya deberían haberlo hecho a esta altura) es que esta discusión debe darse también en los restantes ciclos del sistema educativo, tan inconducentes y desgarbados como la escuela en muchos casos, y tomando en cuenta los espacios y necesidades del ecosistema social en el que se desarrolla la formación.  

Destino incierto

Ésta no es una discusión que pueda darse con escuelas tomadas, de un lado, y propuestas desordenadas o pobremente explicadas del otro. Nuestras escuelas y universidades deben formar a la generación responsable de apalancar el potencial de nuestro país, que sufre de un 30% de pobreza estructural. No hay dignidad humana ni ejercicio de la ciudadanía en la miseria. Por eso todo intento de luchar contra el desarrollo del trabajo y la creación de la riqueza constituye un crimen contra los más carenciados.

Por lo pronto, podría concedérsele un pequeño plazo de gracia a la “Escuela del Futuro” para que dinamice lo que promete. Después de todo, el año entrante la experiencia comienza sólo en los primeros años de las escuelas piloto. Sin embargo, no sería extraño que muchas de las propuestas de esta reforma sean redefinidas en la eterna pulseada que dirime el destino de las políticas públicas argentinas.

Es probable también que ni la escuela ni el sistema educativo mejoren, y que la implementación de la “Escuela del Futuro” quede trunca o incompleta. Tal es así que hasta los mismos representantes del Ministerio comienzan a abandonar esta etiqueta para hablar simplemente en términos de “profundización” de la vigente y aún incompleta reforma curricular del año 2013.       

Más allá de lo que pase con la “Escuela del Futuro”, en la Capital Federal, como en el resto de la Argentina, seguirá pendiente la necesidad de responder a los criterios y finalidades de la educación media en particular, y del sistema educativo en general. Un país sumido en la pobreza espera.

El autor es docente en el nivel medio en la Ciudad de Buenos Aires y profesor de filosofía.

Colaboró en la realización de esta nota Horacio Baca.

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