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Breve reflexión al cabo de siete días que parecieron contener un año entero de discusiones y acontecimientos políticamente relevantes.

En Argentina, en la última semana, voló una escuela por los aires. Dos personas murieron. El director se salvó porque estaba con licencia: había sido baleado en un intento de robo en la puerta de la misma escuela.

Se decidió la eliminación del régimen diferenciado en asignaciones familiares, y luego se dio marcha atrás. Abuelas encontró al nieto 128.

Se revelaron más números que señalan la recesión de la economía, con una caída pronunciada en la industria. Eso que antes simulaba la oposición, pero que ahora de verdad está ocurriendo. El Jefe de Gabinete confirmó en Diputados que se vienen meses durísimos.

Apedrearon el teatro durante el estreno de una película sobre un artesano que fue presentado, cínicamente, como un «desaparecido», con todo el peso de esa palabra en nuestra historia. No sabemos si los violentos fueron anarquistas o servicios.

La Nación publicó una investigación que detalla el sistema de coimas K en la obra pública de un modo nunca antes visto. A partir de cuadernos que nos retrotraen a la primaria, cuyos originales todavía no aparecen. Una historia increíble que, paradójicamente, resulta absolutamente verosímil.

Carlos Pagni, quizá el mejor analista político del país, sostuvo que es el escándalo de corrupción más grande de la historia argentina, asimilable al Lava Jato. Hay 12 detenidos, nadie sabe dónde va a terminar y puede llevarse puestos a los empresarios más importantes de la construcción y a decenas de exfuncionarios -o funcionarios actuales-.

Municipios y provincias enteras, como Tucumán, se declararon «pro vida». El intendente de La Rioja llegó a financiar transporte gratuito hacia la “marcha por la vida” para los pañuelos celestes. Los roles institucionales se fueron por el inodoro.

Y el Senado no dictaminó, en medio de un pantano reglamentario, la media sanción del aborto, que igual se tratará en la semana que empieza. Por su envergadura, acaso sea la discusión cultural, jurídica y política más importante en lo que va de siglo. Enfrenta al pasado y al futuro, y ha partido a la sociedad en dos. Acción emancipatoria y reacción conservadora. Derechos y prohibiciones. Estado e Iglesia. Pañuelos verdes y pañuelos celestes.

Aunque somos dos obsesivos, sólo hemos podido seguir en profundidad esta última discusión. No por desidia o porque los medios de comunicación nos impongan su agenda. Tampoco por falta de interés. Simplemente se presentó como una prioridad, una bisagra. El movimiento de mujeres ocupa hoy una centralidad indiscutible en la vida política, opinen lo que opinen.

No pudimos abordar el resto de los temas como se merecían. Sin embargo, están ahí para quien quiera interiorizarse. Los diarios los tratan temprano a la mañana y los actualizan luego en sus páginas web; la televisión y la radio los reflejan con mayor o menor calidad y desde posiciones más o menos interesadas.

Una miríada infinita de portales de noticas escritas, habladas o filmadas los comentan. Y las redes sociales, especialmente, los producen, reciclan y transforman de manera radical, sin ninguna de las limitaciones tradicionales y con una interferencia estatal mínima. Hay para todos los gustos, literalmente.

Así, llegamos al fin de semana y en las redes sociales leemos al nuevo ejército de turno que subraya, una vez más, que alguien “habla de esto, pero no de lo otro”. Que poderes oscuros controlan la agenda y deciden sobre qué vamos a discutir, con la complicidad culposa de la sociedad. Y es cierto: la mayoría de nosotros, de hecho, sólo hablamos de algunos temas. De una parte.

Nos encanta denunciar esta parcialidad, cosa que ahora podemos hacer desde la comodidad del hogar. Con compartir una nota en Facebook o retwittear algún sarcasmo es suficiente para ser un denunciante más, un honorable angustiado más en el mundo de las redes sociales, ese foro cuya relevancia aún no entendemos.

Nadie puede procesar o estar al tanto de todo lo que ocurre. La Argentina es demasiado caótica, poliárquica y compleja. Seguramente, en algún sentido, todos los países lo son. La realidad es infinita, como es infinita la conversación pública.

Sin embargo, en el debate nacional de las redes existe la necesidad de que “alguien” o “algo” explique esa totalidad. Y como nadie puede hacerlo, somos culpables colectivos. Es un argumento que se repite en la izquierda y la derecha. En todos los rincones de la grieta.

Es cierto que existen intereses, omisiones y puntos de vista sesgados o parciales. Ese descubrimiento es viejo como el ferrocarril. Hablamos de lo que queremos o de lo que podemos. Nos interesan fragmentos de la realidad. Nos duele o interpela más un tema que los otros.

¿Pero quién está en condiciones de entender la realidad sinópticamente, juzgar la importancia relativa de cada asunto y decidir? ¿Es alguno de los tantos que repiten estos mantras en las redes sociales para disputar esa forma de autoridad moral? ¿Alguno de ellos ha podido escanear la paleta completa de los problemas argentinos?

Charlamos con un amigo que estudia pedagogía luego de una semana que pareció contener un año entero de discusiones y acontecimientos políticamente relevantes. Cuando le consultamos qué opinaba, respondió con tranquilidad: “estuve leyendo sobre educación todo el tiempo”.

 

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