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"Matate, amor" de Ariana Harwicz y "Bajo este sol tremendo" de Carlos Busqued

Divulgación literaria argentina N°9: «Matate, amor» de Ariana Harwicz y «Bajo este sol tremendo» de Carlos Busqued

Dos novelas argentinas que retratan formas distintas de la violencia. Carlos Busqued muestra la naturalización y la crudeza con que puede presentarse a veces. Ariana Harwicz encuentra una versión más secreta y latente, pero no por ello menos inquietante. Juntas sirven para reflexionar acerca de los espacios simbólicos conquistados por hombres y mujeres en la literatura.  

Matate, amor (2012), Ariana Harwicz. Mardulce, 155 págs. 

Bajo este sol tremendo (2009), Carlos Busqued. Anagrama, 182 págs. 

Hace un par de días, y casi sin proponérmelo, leí de forma paralela dos novelas argentinas de considerable éxito: Matate, amor (Mardulce) de Ariana Harwicz y Bajo este sol tremendo (Anagrama) de Carlos Busqued. Ambas obras tuvieron devoluciones positivas por parte de los lectores y la crítica y, además, fueron adaptadas, con mayor o menor acierto, para el teatro —la novela de Harwicz— y para el cine —la de Busqued—.

Sin embargo no es la mera coincidencia en mis tiempos de lectura ni el notable éxito comercial lo que aúna a estas dos obras en esta novena nota de “Divulgación literaria argentina”, sino el particular ejercicio de la violencia que cada uno de estos textos cristaliza y que, en última instancia, puede servirnos para la reflexión acerca de los espacios simbólicos conquistados por hombres y mujeres en la literatura.

Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued es una novela brutal. Sus personajes son una mezcla de outsiders y pueblerinos que secuestran personas, torturan y estafan al Estado mientras consumen Discovery Channel y porros de paraguayo en igual medida —tal vez para nublar sus crueles actividades delictivas—.

La violencia ejecutada, en este libro, de la mano de Duarte y Danielito es interesante porque parece siempre natural o naturalizada; no necesitan de excusas o de explicaciones: los personajes son malos, no sólo por dinero, sino también porque sí. Y esta ausencia de fundamentos para la maldad, esta narración lacónica y, muchas veces, inexpresiva del accionar de los hombres de esta novela es lo que genera un extrañamiento que hipnotiza y nos motiva a seguir leyendo.

Por el otro lado, la novela de Harwicz, Matate, amor describe otro tipo de violencia. Una que parece más bien esperar una especie de autorización por parte de los lectores. Su personaje principal es una mujer que quiere acabar con la vida de su hijo y su marido, o al menos quiere acabar con su vida de esposa y madre. Y si bien en ningún momento la narradora ofrece sus explicaciones, el lector puede ir infiriéndolas a partir de su relato: la mujer no tolera los roles impuestos que la obligan a amar a su hijo y a amar románticamente a su marido.

La novela de Harwicz no es sólo excelente en cuanto a su tensa cadencia narrativa, sino que también es una novela necesaria porque derriba las ideas costumbristas de familia tipo y porque reclama un nuevo espacio en la literatura antes vedado para la mujer. Sin embargo, en este proceso, también deja en evidencia que es el hombre el que efectivamente tiene el monopolio de la violencia en la literatura argentina.

Los hombres de Busqued hacen uso de la fuerza desmedida —aparentemente sin razones ulteriores— al mismo tiempo que llevan adelante sus planes delictivos, mientras que la narradora de Harwicz relata en primera persona su deseo de violencia que nunca llega a concretarse. En conclusión, ambos autores parecen construir sus personajes al límite de lo digerible para los lectores: hombres locos y violentos y mujeres que, a los golpes, comienzan a pedir permiso.

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