Tres recomendaciones literarias personales

Una versión más breve de estas recomendaciones salió en el diario La Gaceta de Tucumán hoy mismo (4 de febrero). Aquí las publicamos completas. Como todas las sugerencias, son personales, parciales e injustas. Pero dado que, a pesar de todo eso, todavía existe la posibilidad de que lleven al encuentro feliz de alguien con un libro, creemos que vale la pena darlas a conocer.

 

Borges, de Adolfo Bioy Casares (Diarios, 2006)

Las partes del diario que Bioy Casares llevó por décadas y que retratan su entrañable amistad con Borges reúnen más de 1500 páginas. Físicamente son el volumen más incómodo que pueda uno imaginarse (Hay una versión minor de 700 páginas más amigable). Sin embargo, el libro es el mejor compañero literario que jamás tuve: uno puede abrirlo en cualquier página y llevarse un pensamiento que lo entretenga por el entero curso del día. Fue publicado en 2006, varios años después de la muerte de los dos protagonistas, y pienso que sigue siendo el suceso editorial argentino más importante del siglo XXI

Fragmento:
Hablo con Borges. Le digo que Mastronardi ha escrito una nota sobre El sueño de los héroes, amistosa y efusiva, en que cada una de las frases expresa, de un modo preciso, pensamientos sutiles, pero que, sin embargo, yo no creo que ni mi padre […] podría leerla con interés; que hasta yo me aburrí leyéndola. BORGES: “Esa manera de escribir es como una burla contra todo: contra el tema, contra el lector, contra la literatura, contra él mismo. Es como si no escribiera. Como si a manera de comentario sobre un libro, Mastronardi hiciera laboriosamente un caballito de ajedrez, o un quiosco, o un mingitorio. Uno no sabe qué relación puede tener ese quiosco con el libro comentado”.

Los demasiados libros, de Gabriel Zaid (Ensayo, 1972)

Libro singular como su autor. El poeta y ensayista mexicano Gabriel Zaid lo publicó por primera vez en 1972, y en cada edición nueva que tuvo (y fueron muchas) corrigió, reescribió y aumentó los capítulos. Se trata de una colección de ensayos sobre la lectura y la escritura desde puntos de vista muy novedosos. La última versión publicada, por ejemplo, dedica varios párrafos al lugar rupturista que ocupa Amazon en la distribución de títulos editoriales. Zaid es el promotor de los libros menos solemne que uno pueda encontrar. Para él una persona culta no es aquella que conoce muchos autores o recuerda muchas fechas o recita muchas frases. Ni siquiera la que ha leído muchos libros: hay tantos libros publicados que el porcentaje que uno puede conocer es siempre ínfimo. Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Para Zaid, si después de leer sentimos que el mundo es más interesante, es que somos más cultos. Si no, es lo mismo que si no hubiéramos leído nada en absoluto.

Fragmento:
[Consejos para la creatividad] –Un joven escritor sueña con escribir novelas, pero siente que le falta preparación. Le aconsejan que lea a los grandes novelistas, pero en su lengua original. Se entusiasma con Dostoyevski, y veinte años después no ha sido novelista sino traductor del ruso. O le aconsejan que saque un doctorado en letras, con especialidad en narratología, y veinte años después no es novelista, sino profesor de semiótica. Habría que decirle: ¿Qué novelas has leído que no puedes soltar? Sigue por ahí y asómate a estas otras, que quizás te gusten. ¿Qué has escrito con gran animación? Sigue por ahí, y cuando ya estés escribiendo, no antes, observa el arte de escribir desde afuera, leyendo esto o aquello. No te remontes a la historia o a la teoría de la novela, sin haber padecido el hechizo de la ficción y el contagio de la animación creadora de novelas.

 

Hojas de hierba, de Walt Whitman (Poesía, 1855)

De libros como el poemario de Walt Whitman solemos decir que son clásicos. Y aunque la calificación pueda ser justa, lo principal que logramos al enfatizarla demasiado es que más y más potenciales lectores se atemoricen ante el libro. Así, Hojas de hierba -como otros muchos “clásicos””- se compra mucho y se lee poco. Lo que yo tengo para contar aquí es una pequeña historia personal. Al cabo de una larga adolescencia de imitar tímida y torpemente a poetas europeos, me topé con el americano Whitman y sentí algo distinto, algo que sólo puedo nombrar como confianza. Confianza en que se puede escribir poesía sin la necesidad de homenajear a la cultura occidental en cada verso; confianza en que es posible partir desde cero, desde América; confianza en que la poesía se dignifica siendo simplemente la expresión de los sentimientos y pensamientos de uno y de los que lo rodean.

Fragmento:

Yo canto al cuerpo eléctrico

 

4

Me he dado cuenta de que basta estar con los que uno quiere,
Me basta demorarme al atardecer con aquellos que quiero,
Me basta sentir cerca la hermosa carne, la carne que es curiosa, que respira y que ama.
¿Pasar entre la gente y tocar alguno, o rozar con el brazo el cuello de un hombre o de una mujer, no es esto mucho?
No pido otra alegría, nado en ella como en el mar.

Hay algo en estar cerca del hombre y de mujeres y de mirarlos, y en su contacto y en su olor, que es grato al alma,
Todas las cosas son gratas al alma, pero esta es la más grata.

(Traducción: Jorge Luis Borges)

1 Comment

  1. Mery dice:

    Me encanto esta nota