¿Cómo se aprende la música? ¿Se deja alguna de ser un estudiante? Alan Kwiek, pianista y docente, expone sus ideas acerca de la importancia de la disciplina en la carrera y pide por una forma inteligente de usar la palabra “rigor”.
Alan Kwiek (37) es músico y es argentino. Además de tener una notable carrera como pianista solista (tocó en algunas de las más importantes salas del país como el Museo de Bellas Artes, la Sala Dorado y la Sala Principal del Teatro Colón, el Centro Cultural Kirchner, el Teatro Argentino de Plata y el local Teatro San Martín, entre otros) es un docente dedicado y reflexivo, uno de esos profesionales de la música que tiene muy presentes la importancia de la claridad en la enseñanza y el rigor en el aprendizaje. Yo no lo conocí tocando, lo conocí charlando y fue lo que me impresionó de él. Nos cruzamos de pura casualidad: quedamos sentados a la par en un vuelo de Córdoba a Tucumán y conversamos bastante ese rato.
Alan estudia piano desde la infancia y ha tocado en muchísimos lugares de la Argentina y el mundo. Desde 2008 tiene un grupo con la violinista tucumana Cecilia Isas. Su conjunto, el Dúo Isas-Kwiek, ha cobrado mucha notoriedad en los últimos años. (Más abajo les dejo colgado un programa televiso de media hora que está dedicado a ellos y su música). Pero el día que nos conocimos Alan no iba a Tucumán por eso. Venía principalmente porque le ha sido encomendada la tarea de producir una serie de conciertos que la pianista Martha Argerich estará dando en este mes de agosto en la Argentina. El últimos de ellos será el 29 en el Teatro San Martín de la provincia. Esta va a ser la segunda vez que Argerich toque en Tucumán. La primera fue en 2005 y Alan era también el encargado de la producción. (Aquí un link a un sitio en que se pueden ver los detalles de la gira.)
Nuestra charla continuó después con café en el hotel donde Alan estuvo parando en Tucumán:
Alan Kwiek: La novedad de esta propuesta es que Martha tiene la intención de girar por el interior para que más personas puedan acceder a los recitales y que no sólo sea un concierto en Buenos Aires. Otra premisa es que sean conciertos accesibles y no únicamente para un público selecto. Es un tema que le inquieta a Martha. Es en este contexto que Martha se comunicó conmigo para preguntarme si yo quería encargarme de la producción de la gira.
AK: Ya que estamos hablando de ella, te quiero contar una anécdota. Hace más o menos tres años -ella tenía entonces aproximadamente 75 años- llegó de un largo viaje del Japón a la Argentina. Argerich toca el piano desde los tres años y ganó los premios internacionales más importantes: el concurso Chopin en Viena, el concurso de Ginebra y el concurso Busoni, todos entre sus 16 y 23 años. Es decir que Argerich, con 75 años, ya era una persona híper consagrada que hacía 50 años ya había ganado todo lo que se puede ganar en su disciplina. Así que tranquilamente podría estar sentada en sus laureles, bien habidos. Sin embargo, me llamó 48 horas antes de llegar a la Argentina, diciéndome que estaba inquieta porque ahora tenía que venir al Colón y tenía que hacer las cosas que tenía que hacer y no se sentía lo suficientemente bien preparada porque todo lo que había estado tocando en Japón, no tenía nada que ver con lo que se iba a tocar en la Argentina. Y, además, todo lo que tenía que hacer después de irse de Argentina no tenía nada que ver con lo que había hecho en Japón o iba a hacer aquí.
Entonces tenía poco tiempo para preparar las cosas. Bueno, inquieta como está cualquier persona cuando tiene que tocar. Pero nadie se imagina que Argerich va a estar también con esa inquietud. La gente fantasea, en general, con que hay un momento en que uno tiene la sartén por el mango y ya no tiene que dar más nada de sí y que sólo se trata de cosechar. Yo creo que hasta el último momento de nuestra existencia se trata de las dos cosas. Lo cierto es que Argerich llega de Japón, con todo lo que representa ese viaje. Yo había pedido un permiso especial para que me dejen acceder hasta la manga del avión y que ella no tuviese que tirar las valijas y no se hiciese daño en las manos. Entonces cuando ella sale del avión, yo la veo con cara de cansancio, mirando para abajo. Ella no sabía que había alguien esperándola ahí, sabía que había alguien, pero afuera del aeropuerto, así que cuando ella levanta la vista y me ve en la manga, cambia la cara y se sonríe. Se va acercando con esa sonrisa hasta que llega y me dice: “¡Hola, qué suerte que viniste!”- cambia la mueca de la sonrisa, “yo necesito estudiar, ¿dónde voy a hacerlo?” Esa fue su primera pregunta: ¿Dónde voy a ir a estudiar? 75 años, Martha Argerich.
Como yo la conocía y supuse que tal vez podía llegar a tener la intención de estudiar, había previsto la casa de un amigo, había preparado una comidita para que ella pudiera ir del aeropuerto al hotel y de ahí a estudiar. Pero ni siquiera pasó por el hotel. Me pidió si yo podría llevar su equipaje y fue directamente a estudiar a la casa de Efrain Paesky, mi amigo. Es decir que Argerich, con 75 años, cosechando únicamente éxitos a lo largo de toda su carrera, no hizo más que poner un pie en la Argentina, cansada, como lo estaría cualquier persona después de un viaje así, y se fue directamente a tocar el piano. Para mí estas cosas han sido siempre clases, clases magistrales. Mucho más que me digan: “aquí pone el cuarto dedo; allí es mejor que a al Fa sostenido lo hagas más largo que al Sol bemol…”.
AB: ¿Cómo llegó la música a tu vida?
AK: Sin duda a través de mi familia. Mi familia es musical, en el sentido de que son sensibles a la música, escuchan música. Mi padre es brasilero y Brasil es un país muy musical. El toca la guitarra de oído. Tiene buen oído y buen ritmo, pero no tiene formación musical; pero el gusto por la música y la condición musical están en mi padre; yo lo veo. La influencia más formal la heredé de mi abuela materna. Ella se llama Lidia, hija de Manuel quien tocaba el bandoneón. Lidia leía música y eso era excepcional en mi familia, ya que eran de bajos recursos. En nuestro país la gente de bajos recursos tiene que pelear mucho para poder recibir una buena educación. En la música eso es aún más complicado.
Los chicos en la escuela cantan el himno y alguna canción patria pero no leen música, lo cual, pienso que es un gran error. Entonces mi abuela nació en una casa en donde su padre era músico, existía el bandoneón; ella quiso aprender piano, pero tuvo que trabajar para poder pagarse las clases porque su familia no podía solventar ese gasto. Así que ella no pudo desarrollarse como una pianista. Salvo excepciones, un músico que pretende hacer una carrera de cierto nivel, de cierto alcance, comienza su formación siendo niño y ella empezó más o menos a los 18, 19 años a tomar contacto con la cuestión académica musical, pero no obstante terminó su carrera en un conservatorio privado, hizo los siete años y fue una excelente docente de música. Así que cuando yo nací, en la casa de mi abuela ya había un piano y además tres veces por semana se daban clases de piano y teoría musical. De modo que la cuestión de un piano, la música, el gusto de la música de mi familia en otras áreas de la música que no sean solamente la música clásica, para mí todo eso fue muy rico. Mi abuela vivía muy cerca de mi casa y como el piano estaba en su casa yo iba todos los días a estudiar. Yo empecé a estudiar el piano a los ocho años y medio aproximadamente.
AB: ¿Comenzar con clases de piano fue idea tuya?
AK: ¡Si! Yo pedí Totalmente, yo pedí mucho y se demoraron muchísimo en mandarme. Justamente porque, creo, que tanto mi padre como mi madre sospechaban que una cosa así demandaba un esfuerzo y una dedicación que les parecía que tal vez para un niño no era muy adecuado. Mis padres son muy tiernos, los dos, muy amorosos y libre pensadores; jamás nos han impuesto a mí y a mis hermanos ningún tipo de actividad, nos han dejado más bien siempre decidir, pero una vez que decidíamos, justamente, en eso había que ser estricto, riguroso, disciplinado, entregado, es decir que si quería ser astronauta, astronauta, queres ser verdulero, verdulero. No había de verdad una diferencia entre una cosa y la otra, Y yo nunca sentí presión. Quiero decir, la presión del éxito nunca estuvo. Pero sí nos dieron la instrucción de ser responsables. Esto es así para cualquier oficio que uno elija.
Es así que recién cuando tenía entre ocho y nueve años, se decidió que finalmente mi abuela iba a comenzar a darme clases de piano. Por supuesto, después de ocho, diez clases, cuando yo tenía que separarme de mis hermanos a las nueve de la mañana y ellos se despertaban y se quedaban jugando hasta las once de la mañana que se empezaban a cambiar para ir al colegio, yo entonces dije: “me parece que ya no quiero…” no terminé de decirlo y mi madre ya me había sentado en el taburete del piano. No hubo ninguna vacilación de parte de ella.
Entonces inicié los estudios de piano con mi abuela, pero fue un tiempo corto porque mi abuela advirtió que yo iba más rápido que otros alumnos y que tenía más facilidad – no me gusta decir esto, pero bueno, así fue- entonces ella decidió que, en vez de seguir estudiando con ella, era mejor ir al conservatorio nacional. Ella sintió que el hambre que yo tenía podía ser saciado con un plato más suculento que el que ella podía cocinar. Sin embargo, al mismo tiempo empecé a pasar mucho tiempo en la casa de mi abuela, ya que ahí estaba el piano, empezó a ser como mi casa (estaba a dos cuadras de la casa de mis padres).
Mi abuela es una especie de Bernando Neustadt. Una de esas personas que toda su vida durmió cuatro horas salvo ahora que tiene 85 años y duerme cinco. En su casa, en cada ambiente había una radio, salvo en el baño. En el dormitorio de ella, en el mío, en el comedor, en la cocina; la radio estaba sintonizadas en música clásica y los fines de semana se sintonizaba también la radio folclórica. Entonces cuando yo me acostaba y me dormía, lo último que escuchaba era una sinfonía o un cuarteto para piano o lo que sea que estaba sonando en la radio. Mi abuela se dormía más tarde y se levantaba más temprano, de modo que cuando me levantaba lo primero que escuchaba era música clásica, que ya estaba prendida de nuevo. No veíamos tele, ni cuando almorzábamos. En cambio, mi abuela me hacía un juego de adivinanzas en donde yo tenía que descubrir si, por ejemplo, lo que sonaba era un cuarteto clásico o un cuarteto romántico; ¿esto te parece que es Motzar o Haydn? ¿esto es una obra de un compositor alemán o de un compositor del este de Europa? Yo en ese entonces no me daba cuenta de lo que estaba pasando ahí, para mi eran solo juegos.
AB: Parece que tu abuela jugó un rol decisivo en tu formación.
AK: Te cuento una anécdota de mi abuela. Ella participó, en los años 60, en un concurso de un programa de TV que se llamaba Odol Pregunta. Era un programa muy conocido, lo conducía Cacho Fontana. En ese programa se hizo famoso a los seis o siete años Claudio María Domínguez, el guía espiritual, contestando preguntas sobre mitología griega. Entonces, como decía, mi abuela sin decirle nunca nada a nadie, ni a su madre, ni a su marido, como habían tenido un inconveniente con la construcción de su casa ya que había habido un cambio de Ministro de Economía y cambiaron los créditos hipotecarios (Martínez de Hoz creo), ella se inscribió en ese concurso para contestar sobre la vida de Beethoven y poder pagar las cuotas del crédito. Entonces un día un vecino paró a mi abuelo y le dijo: “que tenga mucha suerte Lidia”. Así se enteró mi abuelo, por la calle; mi abuela ya llevaba ganando como dos instancias. No llegó a la final porque se retiró con lo que le alcanzaba para terminar la casa. Así que hablar de Beethoven (mi abuela tiene un amor por él que yo heredé, incondicional) para mí tiene un valor muy especial.
Cuando yo me encuentro dando clases y los chicos que tienen 16, 17 o 18 años tienen una cultura musical tan miserable, pese a las facilidades que existen hoy para poder formarse, me da una pena. Conocen, entre comillas, la obra que tocan y solamente eso y pareciera que ahí termina su curiosidad hasta que tienen que aprender otra obra y nuevamente pasa eso.
Malas palabras
AB: Cuando te escucho hablar de la necesidad de disciplina en tu historia, me pregunto: ¿por qué palabras como disciplina y rigor nos suenas como malas palabras muchas veces?
AK: Yo creo que las sociedades funcionan a veces a través de fuerzas antagónicas: se llega a un extremo de libertinaje total entonces después se cae en el otro extremo de una salvaje dictadura. Y eso ha permeado nuestra forma de ver palabras como “rigor” o “disciplina”: la vemos en esos extremos.
Hay que tener ser inteligente con el valor y uso de las palabras. Por ejemplo, pensar que somos todos iguales en todos los sentidos es algo raro: interpretar la igualdad como no existiendo orden de mérito es complicado. Además, cuál sería el logro de un individuo que en su existencia no tuvo que confrontar y adaptar y modificar y aprender de todo lo que no es igual a sí, justamente de todo lo que es muy distinto a sí. Por esto te decía qué importante que fue lo que hizo mi madre en esos momentos en que yo dude y me reorientó. Entonces si hablamos de disciplina y rigor, hay que volver a significar los sentidos de esas palabras, intentar encontrar un punto medio, no podemos seguir buscando los extremos de interpretarlas primero como en una dictadura, donde significan lo peor, y después caer en el extremo contrario en donde todo está permitido y nada se puede exigir.
Yo creo que el golpe militar (me refiero al último, porque tuvimos varios) fue de lo más sangriento y más macabro que nos ha ocurrido, y que ha dejado tantas huellas, ha hecho, entre otras cosas, que estas dos palabras, disciplina y rigor, cuando suenan automáticamente se le encienda en la cabeza a la gente la figura de que quien proponga rigor y disciplina es un militar. Y más, un militar torturador y corrupto, digamos, porque si no también sería injusto poner a toda una fuerza militar en la misma bolsa. Yo no tengo ningún conocimiento sobre fuerzas armadas, ni policías ni militares. Y si bien por herencia arttística quizás no instaría a mis hijos a esas profesiones, tampoco siento ese prejuicio que sienten muchos, ese rechazo total. Esa lógica da derecho a un prejuicio y a una respuesta del otro lado y a una respuesta a la respuesta y así sucesivamente.
Manuel Martínez Novillo colaboró en la redacción de esta nota.
Imagen de portada: Paulo Vera.
1 Comment
Excelente nota! Comparto el pensamiento de Alan respecto al “ rigor” y la claridad con que lo expresa. Respecto a la necesidad imperiosa de estudiar de Martha , quizá sea porque para ella es tan vital como respirar…