En los cuentos de Giaconi las emociones ocultas de los personajes se revelan, pero pocas veces a partir de los diálogos, sino a partir de una narradora que devela sin misericordia y sin medias tintas los sentimientos más oscuros de sus personajes: envidias fraternales, incomprensiones maritales, desamor entre padres e hijos; en conclusión, un gran conjunto de miserias comunes y sinceras.
Seres queridos (2017), Vera Giaconi. Anagrama, 160 págs.
Es práctica común entre argentinos y uruguayos apropiarse de costumbres y objetos identitarios del otro y disputarse —para luego atribuirse— el nacimiento de grandes personalidades de la cultura dentro de las lindes de sus territorios. Esto se debe no sólo a la cercanía de los países sino también a su extensa historia política y social compartida. Yo, en este caso, para continuar con esta antigua tradición rioplatense, voy a sumar un nuevo elemento a la lista diciendo que la escritora uruguaya Vera Giaconi escribe literatura argentina.
Por supuesto, esta declaración tiene sus fundamentos. Vera Giaconi nació en Montevideo, pero vivió toda su vida en la ciudad de Buenos Aires. Ella misma admite que le cuesta ser uruguaya y que su familia se siente traicionada por su acento porteño. Además, también puede argumentarse que los escenarios de sus cuentos —en su gran mayoría— y el lenguaje de la autora remiten al país argentino.
Hasta el momento, Vera Giaconi ha escrito dos grandes libros: Carne viva (Eterna Cadencia, 2011) y Seres queridos (Anagrama), finalista del premio Ribera del Duero. Premio que finalmente terminaría ganando otra autora argentina de quien ya hablé en la segunda nota de “Divulgación literaria argentina”: Samanta Schweblin.
Seres queridos es un libro compuesto por diez cuentos. Mi acercamiento a él fue a través de la recomendación de uno de esos libreros —escasos ya— que además de libreros son grandes lectores. Y aunque la primera ojeada no me había dejado una buena impresión ya que el estilo me parecía demasiado ligero y hasta superficial, los últimos párrafos del primer cuento titulado «Survivor» vinieron luego a contradecir mis prejuicios apresurados al tiempo que exponían, por primera vez, la idea fuerza que recorrerá todo el libro.
Las tensas relaciones familiares, las cosas que no se dicen hasta que se dicen, la crueldad y el maltrato a lo que amamos, a los impuestos “seres queridos” son las ideas que aparecen primero como sorpresa en el final del primer cuento (con un maravilloso efecto de resignificación) y que luego se asientan y maduran, con pocos altibajos, a lo largo de los siguientes textos.
En estos cuentos las emociones ocultas de los personajes se revelan, pero pocas veces a partir de los diálogos como en el teatro del realismo norteamericano de Eugene O´Neill o de Arthur Miller, sino a partir de una narradora que devela sin misericordia y sin medias tintas los sentimientos más oscuros de sus personajes: envidias fraternales, incomprensiones maritales, desamor entre padres e hijos; en conclusión, un gran conjunto de miserias comunes y sinceras.
El realismo de Vera Giaconi poco se parece al de Mariana Enríquez que genera terror y, en última instancia, una crítica social y sólo se acerca al de Samanta Schweblin en el último cuento “Reunión” por lo extraño de los eventos. En realidad, el realismo de Giaconi está dirigido a algo más humilde y, tal vez, mucho más concreto y menos pretencioso: expresar los dolores que pueden producir las relaciones de familia. Sin embargo, la autora realiza este proyecto con tanta maestría que termina por configurar un libro claro y conciso, pero que, al mismo tiempo, toca los puntos neurálgicos necesarios para mantenernos pensando en sus cuentos aún días después de su lectura.